INTRODUCCIÓN
No existe necesidad alguna de
pararnos a detallar -una a una- las innumerables circunstancias que hacen de
los tiempos actuales un momento crítico en la historia de la humanidad. Todos,
de una u otra forma, somos víctimas (aún inconscientemente) de un sistema que
tritura –no desde tiempos recientes, como algunos podrían pensar desde
posiciones más ventajosas que las de la mayoría- la humanidad del hombre y la
mujer. Todos a los que dirijo estas palabras sabemos –directa o indirectamente-
de qué hablamos cuando mencionamos la dureza del tiempo que nos ha tocado
vivir.
Aunque no sea percibido así por
todos, la problemática que acucia al ser humano no es una creación moderna, ni
un fallo imprevisible en un área concreta de un sistema medianamente bueno o
aceptable, ni producto de la codicia de un reducido y excepcional grupito que
personas que se han salido de madre. No pocos saben, los que han podido mantener
vivo el hilo conductor de la Historia, que no hay nada nuevo bajo el sol, y que
no estamos padeciendo una crisis pasajera o reversible, sino las consecuencias
–ya avanzadas- de un perverso sistema esclavista instalado en todos los
rincones del planeta; un sistema que por su propia naturaleza –inhumana y
depredadora- logrará sobrevivir en la medida en que sea capaz de mantener el
clima psicopatológico en quienes son sus esclavos. Un clima -consistente en la
enajenación(1)- del ser humano, que responde
exclusivamente a las necesidades y apetitos de la cúspide del sistema.
Sea cual sea el área en el que
esté operando la dinámica del activismo social, su esencia es alertar sobre el
deterioro de determinadas condiciones que afectan, directa o indirectamente, a
todo el conjunto de la humanidad.
Esa alerta no es un mero acto informativo, sino una apelación a la conciencia del individuo, a su humanidad, a la empatía. En la medida en que esa apelación logra enraizar en la mente de los sujetos, éstos actúan como eslabones conscientes en la defensa (intelectual y/o materialmente) de dicha causa, y el activismo social ha realizado un pequeño logro. Un logro que no es definitivo y nos llama a permanecer siempre alertas, pues el sistema es -por naturaleza y a pesar de las victorias que en/sobre él se hayan podido lograr hasta el día de hoy- una aberración construida a la medida de los intereses de unos pocos, la élite.
Esa alerta no es un mero acto informativo, sino una apelación a la conciencia del individuo, a su humanidad, a la empatía. En la medida en que esa apelación logra enraizar en la mente de los sujetos, éstos actúan como eslabones conscientes en la defensa (intelectual y/o materialmente) de dicha causa, y el activismo social ha realizado un pequeño logro. Un logro que no es definitivo y nos llama a permanecer siempre alertas, pues el sistema es -por naturaleza y a pesar de las victorias que en/sobre él se hayan podido lograr hasta el día de hoy- una aberración construida a la medida de los intereses de unos pocos, la élite.
Durante este trabajo cabrían
muchos nombres propios a los que referirnos para exponer la verdadera
naturaleza del sistema. No he querido que Howard Zinn, historiador
estadounidense, se quedara fuera. Zinn nos dice (el resaltado es mío):
‘Las inesperadas victorias
–incluso las temporales- de los “insurgentes” muestran la vulnerabilidad de los
supuestamente poderosos. En una sociedad altamente desarrollada, el establishment no puede sobrevivir sin la obediencia y la lealtad de millones
de personas a las que se otorgan pequeñas recompensas para que el sistema siga
funcionando (…) Estas personas –los que tienen trabajo y de alguna manera
son privilegiados- forman una alianza
con la élite. Se convierten en los guardianes del sistema, y hacen de
amortiguadores entre las clases alta y baja. Si dejan de obedecer, el sistema
se derrumbará.
A estas palabras de Zinn habría
que matizar algo que, en mi opinión, es importante, aunque su aclaración
pudiera llegar a ser innecesaria. Cuando se habla de ‘lealtad hacia el sistema’
y ‘alianza con la élite’ por parte de amplios sectores sociales, no hemos de
entenderlo como un compromiso consciente que deliberadamente los posiciona a la
sombra del poder y frente a los más desfavorecidos. No dudo de que el egoísmo
de muchos haga de ello una realidad elegida con plena lucidez; sin embargo,
propongo que interpretemos a la masa leal
al sistema como un conjunto sometido en exceso –por diversas vías- a la
paralizante y disgregadora doctrina que emana del sistema. Éste será el
principal fundamento sobre el que voy a
construir en las próximas páginas.
-Comenzaré con una breve (y, a
buen seguro, inexacta) descripción de la compleja situación actual en términos
globales, aderezada con algunos elementos que creo –a la vista del escenario de
hoy- acabarán pasando a formar parte de la realidad del futuro a medio plazo.
-Seguiré con algunos apuntes
sobre la estructura psicológica que da forma al escenario actual, y a los
movimientos sociales implicados en la lucha contra la deshumanización.
-Finalmente, partiendo de dicha
estructura, añadiré las sugerencias que, tal vez, puedan ser útiles para la
consecución de los objetivos que todo activismo social se propone en la
comunicación que inicia con la masa mayoritaria, desconocedora de sus
inquietudes y la argumentación que las sostienen.
1- EL ESCENARIO QUE NOS HA TOCADO EXPERIMENTAR
En mi opinión, estamos en el
camino de la formalización del fascismo como sistema dominante. Fascismo no es
una excepción italiana, sino que en la actualidad podemos comprenderlo como el
lógico destino histórico que se alcanza cuando el depredador poder capitalista
logra acabar con la resistencia proletaria. Añadamos esta otra definición del
término expresada por Franklin D. Roosevelt en 1938:
‘La primera verdad es que la libertad
de una democracia no está a salvo si la gente tolera el crecimiento del poder
en manos privadas hasta el punto de que se convierte en algo más fuerte que el
propio estado democrático. Eso, en esencia, es el fascismo: la propiedad del
estado por parte de un individuo, de un grupo, o de cualquier otro que controle
el poder privado’.
Lo cierto es que, como sociedad, desde
nuestra ignorancia de voraces consumidores de imágenes (y falta de apetito
intelectual), el fascismo está asociado a determinados clichés difícilmente
reproducibles en la actualidad. Es obvio que no estamos ante el fascismo de
Mussolini, la esvástica del III Reich, o el saludo romano, elementos que,
absurdamente, serían síntomas imprescindibles para aceptar que el fascismo ha
regresado o emergido de su sueño.
La ausencia de un poder político
que advierta (que es lo que una sociedad bien domada, como la nuestra, espera)
de la cercanía del enemigo fascista, sumado a la inexistencia de los iconos
(salvo casos locales como Amanecer Dorado
en Grecia), convierte en una tarea harto difícil el concienciar a la sociedad
del peligro que nos acecha.
Todavía son pocos los que
advierten que, con un atuendo adaptado a las circunstancias propias de la
globalización económica a la que estamos siendo sometidos a comienzos del siglo
XXI, el fascismo está –progresivamente- instalándose en nuestro día a día. El
peligro está aquí, en casa, donde lleva gestándose durante décadas a través de
una tupida red de circunstancias que no han sido advertidas como las amenazas
que realmente son. El resultado es que el sistema –y no hablo únicamente del
Estado- está perfectamente blindado ante cualquier intento de justa rebeldía.
En una Europa de aparentes
libertades y derechos para todos, donde el estado
de bienestar cumplió su función geoestratégica (frente al enemigo soviético
y la semilla del comunismo que trataba de germinar en diferentes partes del
continente), el ascenso del fascismo queda eclipsado por la lógica preocupación
de quienes ven que su economía desciende, el trabajo desaparece, los derechos
se recortan y la corrupción del estamento político –en la cama con el poder
económico- se hace cada día más evidente.
No obstante, lo cierto es que,
aunque sea ahora cuando las clases medianamente acomodadas de la sociedad se
escandalizan, el sistema siempre –y no recientemente- ha mostrado su rostro más
perverso a quienes peor posicionados estaban. Y a quienes se atrevían a ponerlo
en tela de juicio. Efectivamente, la clase media ha representado a la
perfección el rol de amortiguador entre los más ricos y los más desfavorecidos.
Me parece importante insistir en
esto último, a fin de no confundirnos con el reformismo –y regreso al anterior estado
de las cosas- que algunos sectores sociales y políticos pretenden aplicar a la
catastrófica situación actual. Por ello subrayo mi postura: Nada es más hostil
al humano que una estructura global –un sistema compuesto de subsistemas de
orden religioso, cultural, social, político y económico- que construye su
supervivencia, simple y llanamente, en la progresiva y sutil deshumanización de
la mujer y el hombre.
Consecuentemente, personifico al
enemigo en el Estado, pero no menos que en la cultura que sirve de narcótico
idiotizante; en la religiosidad que envenena la mente crítica y amordaza la
conciencia individual; la política que se encorseta para servir mejor a los de
siempre; la sociedad embobada en alcanzar el sueño de realización personal y
material –y muchas veces patriótica- que se le vendió, como a la mula que
persigue la inalcanzable zanahoria.
De haber mantenido intacto el
agudo espíritu crítico que hace maduro al ser humano, cada paso que esos
subsistemas derivados del Sistema dieron hacia nuestra alienación, todas las
alarmas habrían saltado. No lo han hecho, y estamos en la etapa de las consecuencias. Las consecuencias propiciadas por el abandono
mayoritario de nuestras responsabilidades individuales y comunitarias. El
resultado es que, quienes aspiran a que la justicia sea el pilar insustituible
que rija las relaciones comunitarias, son una minoría de exiliados en su propia
Tierra. Así, con mayúsculas.
En otras palabras, el más directo
y cercano de nuestros enemigos, el más letal, es esa deficiencia que acarreamos
como resultado de no habernos cultivado lo suficiente, creándonos un
autoengaño. Un autoengaño que nos ha estallado en la cara, y es el responsable
de que no advirtamos los rejos sistémicos de todo tipo que, en su acción
conjunta y no necesariamente coordinada, nos han convertido en seres sin apenas
capacidad de reacción para advertir enemigos y salir de los laberintos que
éstos crean.
De no existir (el autoengaño),
advertiríamos que -en gran medida- es la necesidad de ser tutelados, la
dependencia, la delegación de responsabilidades en fulanos a los que no
conocemos, lo que –desde la entrega de nuestra mente- nos ha conducido a este
acto (no el último, pero si avanzado) de un drama milenario.
Consecuentemente, la estafa económica
no es sino un síntoma sobresaliente de ese autoengaño, de la claudicación de
nuestras competencias y obligaciones. Y, aunque entiendo que las protestas
hacia esa estafa (que algunos aún llaman crisis)
son justas en su mayor parte, no sería menos justo reconocer cuáles son las
causas de las que podemos hacernos responsables, con el práctico fin de
resolver, desde su origen en vez de desde su consecuencia, el conflicto que nos
acucia.
Así, pues, estamos ante un
conflicto con numerosos frentes. Unos de ellos exigen nuestra implicación
inmediata, mientras que otros, igual de graves, requieren trabajo a largo plazo
y estrategias más elaboradas que las empleadas actualmente.
Porque el fascismo, por muy
habitual –como sutil- que esté siendo, no puede, no debe, convertirse en algo
normal, mayoritariamente tolerado gracias a la indolencia causada por la
ignorancia de una sociedad demasiado enajenada como para detectarlo.
Para que el fascismo pueda ser
llegar a ser el lógico destino histórico
que se alcanza cuando el depredador poder capitalista logra acabar con la
resistencia proletaria, se necesitan otros actores, colaboradores
indispensables que, a nivel social y colectivo, guarden silencio ante cada
vuelta de tuerca de opresión.
Y esos actores están.
La denuncia contra el fascismo en
su vertiente militar (hablo de la OTAN) no es menos grave que aquel otro que
tiene rostro económico y asfixia a nuestras familias. Ambos son dedos de una
misma mano opresora, aunque nuestras atomizadas sociedades occidentales
–siempre hablando en términos generales- son más proclives a alarmarse por
aquello que les afecta –en apariencia- única y directamente a ellas.
Nuestra pertenencia a la OTAN nos
convierte en parte cómplice de las agresiones que se llevan a cabo sobre
pueblos inocentes.
El fascismo ejercido por la
arrogante Iglesia Católica (se entiende que la jerarquía, y no los meros
creyentes… lástima tener que hacer siempre esta matización), en su humillación
de los colectivos que no cumplen con sus mágicos patrones de pureza, en el descarado
desprecio hacia la mujer y los niños, y a través de su inmunda alianza -por secula seculorum- con el poder
económico, político y militar, debe ser denunciado. Su complicidad con quienes
están llevando a cabo el crimen económico, los abusos policiales, las guerras
imperialistas, podría decirse que está pasando prácticamente desapercibida por
la mayor parte de la sociedad.
A este respecto, cabe añadir que
esta institución es la máxima especialista en la perversa manipulación mental,
que es de lo que, esencialmente, va todo esto, por mucho que luego deba
aplicarse una solución física y práctica al conflicto que nos atañe.
¿Qué escenario nos espera?
Un Sistema que se articula
gracias a la tolerancia de la mayoría hacia conductas perversas y suicidas sólo
puede traer futuros escenarios fatales. Únicamente una actitud crítica y
desafiante por parte de cada vez más personas, podría poner coto a esta
dinámica.
Sin embargo, la agenda
deshumanizante está, en verdad, muy avanzada; y los colectivos activos, si bien
están organizándose rápidamente, no parece que logren implicar a un mayor
número de víctimas del Sistema. Víctimas –sobre las que volveré en el punto 2-
que ni tan siquiera son conscientes de su condición de víctimas.
Además, si bien cada vez es más
evidente que se está componiendo un tejido social que apuesta por métodos
participativos directos, cooperativos y prácticos, su intervención en el
conjunto no acaba de ser consistente y perdurable. La actividad de estos
conjuntos activistas se focaliza principalmente en lo inmediato (como puede ser
la paralización de su desahucio), lo cual es completamente sensato, así como en
la formación de una cultura –paralela al Sistema- donde rige la cooperación y
la recuperación de la soberanía perdida. Todo ello, a mi juicio, admirable,
como parte de una respuesta inmediata que proviene de un sector social sensible
y comprometido.
Dicho esto, creo que es
conveniente que los diferentes movimientos superen la tendencia a ir a la zaga
de las medidas adoptadas por el Estado (sin abandonar las prioridades que
atienden), para proyectarse hacia el derivar lógico de un previsible escenario
futuro donde hay más intervinientes, además del Estado.
Un escenario probable que ha de
tener en cuenta el combinado de las tendencias seguidas hasta hoy por los diversos
integrantes del Sistema:
La parte de la sociedad que más
conexiones de afinidad tiene con el establisment es proclive a defender el orden de violencia de baja intensidad antes
que ver cómo el paradigma sobre el que han construido su vida se va al garete. En
su ignorancia, desconocen que el espacio que ocupan en la estructura social
actúa de línea de contención hacia los primeros destinados al sacrificio
dictado por el poder, los más desfavorecidos.
Aun en el caso de que el poder
económico de esa parte de la sociedad disminuyera hasta límites alarmantes,
creo poco realista pensar que espontáneamente se sumarán a los sectores más
activamente contestatarios de la sociedad. Al menos si no existe una etapa de
transición o descondicionamiento cultural previo que les permita ver el
panorama completo de lo que están viviendo más allá de sus circunstancias
personales. Sin ese esfuerzo descondicionante, que debiera ser propiciado por
quienes lo han experimentado antes, es altamente posible que esa masa social se
decante por las diversas organizaciones de corte reformista que ya han empezado
a proliferar por todo el territorio nacional. Algunas de ellas son, en sintonía
con la radicalización general a la que estamos siendo sometidos, extremadamente
evidentes en su defensa de los pilares que sostienen el Sistema: capitalismo
regulado, patria, catolicismo, familia
tradicional, atlantismo, etc.
En estos momentos, noviembre de
2012, cuando la vida de millones de españoles es cada vez más precaria, el
abismo entre éstos y los gobernantes -capataces de la granja y voluntariosos
portavoces del poder económico- es insalvable.
Aunque pronto entraré a describir
las claves psicológicas de este orden,
ya podemos adelantar que el pérfido comportamiento de esa élite sólo puede
comprenderse como resultado de lo mucho que comparten con el siguiente nivel de
una élite superior, y así sucesivamente. La maraña de relaciones elitistas
establecidas desde décadas atrás, en clave económica-ideológica-familiar y
hasta religiosa, mediante su bamboleo de lo público a lo privado y viceversa,
es muy densa. Lo suficiente como para que la defensa del Sistema sea, para
ellos, una cuestión de pura supervivencia. Deberían ser parte de la primera
remesa de guillotinados, como responsables directos de la indefensión a la que
la sociedad está sometida por parte de sus superiores.
No es, pues, de extrañar que este
nivel de poder desalmado haya sido el encargado de permitir los más de 160
desahucios a los que se somete diariamente el país. Sólo cuando ha salido a la
luz de los medios de comunicación masivos los suicidios de los afectados, los
capataces se han puesto nerviosos y los dos partidos mayoritarios han decidido
reunirse y hablar del tema. No porque tengan conciencia, puesto que este drama
dura ya varios años y su prioridad (la del poder) fue rescatar a los bancos.
(Esto es lo que se llama un hecho científicamente comprobado.) Sino para evitar
un posible estallido social.
Lo probable, basándonos en las
tendencias desarrolladas hasta el día de hoy, es que sigan endureciéndose las
leyes que impidan la protesta popular. Los cuerpos de seguridad del Estado
seguirán, previsiblemente, ejerciendo de martillo represor, procurando asustar
a la población tentada de participar en las protestas. No es descartable que,
aumentando las dificultades en la calle (el punto de inflexión será cuando una
de las dos partes aporte el primer muerto), el ejército sea llamado a sumarse a
la protección de lo que todavía llaman, hipócritamente, Estado de Derecho.
Yendo
más allá, la permisividad que las sociedades occidentales hemos otorgado a los
crímenes de Estado ejercidos desde el ámbito militar, vía OTAN, es comprensible
que acabe pasándonos factura. No sólo porque ese terrorismo estatal genera una
respuesta directa en sus víctimas extranjeras, que nos convierten –como
elementos visibles de ese Estado agresor- en sus objetivos, sino porque la
tolerancia (propiciada por ignorancia, simpatía, o autoengaño) a todo orden
criminal del que se forma parte cómplicemente(3),
acaba volviéndose, tarde o temprano, contra quienes dice defender.
La misma
red de corporaciones financieras que maneja medios de comunicación, crea crisis
alimentarias, paga sueldos a ex presidentes de gobierno y coloca a sus hombres
en los ministerios, es la que diseña una agenda mercantil de agresiones
militares por toda la faz de la Tierra. Los conflictos larvados (Israel y
vecinos), las piezas geopolíticas que se han estado moviendo en la última
década (Iraq, Siria, etc.), la invención de enemigos que son de manufactura
casera (Al Qaeda), entre otros muchos motivos, son causa suficiente como para
pensar que –ante semejante clima de conformidad social para con lo bélico- la
dinámica emprendida conducirá, inexorablemente, a un conflicto de proporciones
mundiales. La subordinación a los poderes económicos que se plasma a niveles
estatales, con sus trágicos resultados, tiene su paralelo en el espacio bélico.
También en ese ámbito estamos en la etapa de las consecuencias.
Mientras
la manifestación plenamente palpable de que el fascismo está aquí, con todos
sus frutos, no se haga dramáticamente una realidad, será difícil que exista una
amplia reacción que se proponga ponerle fin. Podría ser demasiado tarde. Puede
que ya lo sea.
Sin
embargo, y sin proponernos un reto demasiado alto para conciencias narcotizadas
como las nuestras (que difícilmente pueden violentarnos con éxito sobre el
drama de víctimas actuales), aunque sólo sea por lo que apreciamos la vida de
quienes –siendo nuestros niños- no tienen aún la capacidad para intervenir en
la actualidad y defenderse de lo que a nosotros, en muchos casos ya nos parece
normal, creo que merece la pena organizarse más y prepararse mejor para
encender un fuego que les alumbre el mañana que heredarán. No sería, siquiera,
un acto de generosidad por nuestra parte, sino los restos de una dignidad casi
perdida.
Continuará
con ‘Un Sistema perverso: la clave psicológica’.
(1)
Privación del juicio. Estado mental de quien no es responsable de sus actos;
puede ser permanente o transitorio.
(3) Cómplice es aquella persona que, sin
ser autora de un delito o una falta, coopera a su ejecución con actos
anteriores o simultáneos.
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