El pasado 10 de Noviembre, a Tavo Jiménez de Armas. le publicamos la siguiente entrada: REFLEXIONES SOBRE LA CONCIENCIA SOCIAL ANTE LOS TIEMPOS ACTUALES Y SUS RIESGOS. Ahora encuentran la II bajo estas líneas, en la que Tavo desmenuza las perversidades del Sistema de Control en clave psicológica y las dependencias emocionales y afectivas que provoca el propio sistema.
Esta es la 2ª parte, de tres, y Tavo nos dice que en Las Palmas estan sirviendo para ser debatidas en las asambleas que siguen reuniéndose en los barrios.
A nosotros nos parece excelente, por lo que la recomendamos.
REFLEXIONES SOBRE LA CONCIENCIA SOCIAL...
...ANTE LOS TIEMPOS ACTUALES Y SUS RIESGOS
(II)
Por Tavo Jiménez de
Armas
“La élite del poder está formada por hombres
cuya posición les permite trascender los entornos ordinarios de las personas
ordinarias; están en la posición de tomar decisiones que tienen repercusiones
vitales. Que tomen o no esas decisiones es menos importante que la posición que
ocupan: el hecho de que no actúen, de que no tomen decisiones, es en sí mismo
un acto que suele ser más importante que las decisiones que puedan tomar. Y es
que están al mando de las principales jerarquías y organizaciones de la
sociedad moderna.
Dirigen las grandes empresas. Dirigen la maquinaria del Estado y reclaman sus prerrogativas. Dirigen a la clase militar. Ocupan puestos de mando estratégicos en la estructura social que les ofrecen el medio para conseguir el poder, la riqueza y la fama de que gozan”.
Dirigen las grandes empresas. Dirigen la maquinaria del Estado y reclaman sus prerrogativas. Dirigen a la clase militar. Ocupan puestos de mando estratégicos en la estructura social que les ofrecen el medio para conseguir el poder, la riqueza y la fama de que gozan”.
(Charles Wright Mills, sociólogo)
SISTEMA PERVERSO: LA CLAVE PSICOLÓGICA
Como apunté en la primera entrega
de este artículo, una mayoritaria parte de la sociedad desconoce su condición
de víctimas del Sistema; estas personas ignoran que viven inmersas en una
brutal relación de dependencia psicológica que las ha ido llevando, con suaves
maneras, a una completa desprotección, en todos los sentidos. Nunca como ahora
es más adecuado aquello de ‘conocimiento es protección’.
Nuestra ignorancia ha sido la
mejor aliada de las ambiciones de unos pocos, que lograron la paulatina entrega
de la soberanía individual y colectiva, hasta convertirnos en un atajo de
individuos subordinados a un poder abstracto.
Pero afirmar que nuestra ignorancia
es co-responsable de esta situación es algo demasiado impreciso. Se requiere ser
más concisos y explicar de qué manera toma forma esa ignorancia. Ese es el
objetivo de este artículo, la aproximación a las causas, a las deficiencias que
han de ser reparadas, primero en lo individual, para luego aspirar –si se quiere-
a lo colectivo.
El cómo se conforma, a grandes
rasgos, la relación psicológica entre la sociedad y el Sistema es
extremadamente útil por varios motivos. En principio, porque ese es el modo en
el que los distintos administradores del Sistema nos observan, como ‘ganados’ a
los que se ha de conocer en sus debilidades, fortalezas y apetencias, a fin de
aplicarles su ingeniería social.
Y luego, porque si no localizamos
e identificamos –más allá de las evidentes muestras físicas- las causas
intelectuales y emocionales que nos han traído hasta aquí, difícilmente
podremos aplicar un remedio efectivo que varíe este estado de cosas. Sin la
resolución de las deficiencias individuales que nos conducen a aceptar de buen
grado la entrega de soberanía (y la consecuente tolerancia a cualquier actitud
antisocial), siempre estaríamos a expensas de cualquier otra renovada versión
del Sistema opresor.
Y por ‘Sistema opresor’, como ya
dije, no se entiende únicamente al Estado, sino a todas esas políticas que se
difunden desde los estadios religiosos, económicos y comerciales, culturales,
militares, y hasta deportivos. Desde cada uno de esos integrantes del Sistema
se trabaja, con más o menos desparpajo, al servicio de la misma causa
deshumanizadora: la acumulación de capital, el mercadeo de privilegios, la
vanidad que distingue a unos de otros; y, finalmente, la imposición de su
maquiavélica cultura global de terror integrado, desenraizando al ser humano de
su conciencia, fragmentando a los pueblos, pisoteando la dignidad del individuo
hasta convertir el programa global que se propone convertir en zombie al ser
humano, en un estado natural que ha de ser aceptado como consustancial al hecho
de vivir y respirar.
Ante tales circunstancias, nada
es más urgente que la profunda y sólida organización general que nos prepare
para una larga guerra que ya ha dado comienzo, que exigirá de nosotros una
planificación que vaya más allá de las acciones que pretenden encarar delicados
trances presentes e inmediatos.
Aun en el mejor de los casos, con
una amplia parte de la sociedad enteramente concienciada y activa en la lucha, aquellos
otros sectores algo mejor posicionados y más entregados a la seducción del
Sistema, siguen siendo un grave problema a resolver. Son privilegiados respecto
de los que menos recursos y oportunidades tienen, pero no gozan de las
facultades y beneficios de quienes están por encima de ellos en la hidra
sistémica. Son, aunque no lo sepan, tan imprescindibles como el lastre en una
situación de emergencia.
Los que más dependen afectivamente del Sistema
Metafóricamente, son la última frontera, donde el Sistema se
ha mostrado –por pura estrategia- menos agresivo y perverso. Allí se sostiene
(el Sistema), en el perfecto manejo de las emociones y aspiraciones de una
fracción social que -siendo tan vulnerable ante los espejismos creados desde el
poder- es incapaz de expresar, con plenitud, la conciencia real que la une al
conjunto al que pertenece por naturaleza. Es su enajenación, consecuencia fatal
de la acción alienante que mana de las diversas fuentes que conforman el
Sistema, la que motiva su confusión entre afinidad y dependencia. Ellos son los
que, a cambio de pequeñas recompensas, expresan obediencia y lealtad a quienes
los oprimen. Y a esa opresión la llaman afinidad,
gracias a su incapacidad para advertir las sutiles amenazas que conducen a la
robotización, y en el autoengaño que les impide reconocer a su agresor.
Nunca ha sido fácil de aceptar
psicológicamente que se es rehén de una relación que parece benéfica, donde la
otra parte (el Sistema) aporta, aparentemente, más de lo que le entregamos, y
que explícitamente se declara formal y justa. Ese otro integrante de la
relación jamás reconoce la creación de daños intencionados, sino que los
considera como meros fallos ocasionales que pueden y serán subsanados; de tal
forma que esa fracción social que expresa obediencia y lealtad a su pareja tiene
una percepción de la realidad enteramente distorsionada, primero, por las
mentiras que ocultan que no hay errores, sino estructuras sistémicas que
marginan y segregan a propósito.
‘Para entender una pauta de conducta compleja
es necesario tener en cuenta el sistema, además de la disposición y la
situación.
Cuando se producen conductas aberrantes, ilícitas
o inmorales en el seno de una institución o un cuerpo dedicado a la seguridad,
como los funcionarios de prisiones, la policía o el ejército, se suele decir
que los autores son unas “manzanas podridas”. Esto lleva implícito que
constituyen una rara excepción, que se encuentran en el lado oscuro de la línea
impermeable que separa el bien del mal, y que al otro lado de esa línea está la
mayoría que forman las manzanas sanas. Pero, ¿quién establece esta distinción?
Normalmente la establecen los guardianes del sistema con el objetivo de aislar
el problema, de desviar la atención y la culpa de quienes están más arriba y
pueden ser responsables de haber creado unas condiciones de trabajo
insostenibles o de no haber ejercido la debida supervisión. Pero esta
atribución disposicional que habla de “manzanas podridas” pasa por alto que el
cesto de las manzanas puede corromper a quienes se hallan en su interior. El
análisis sistémico se centra en los creadores de ese cesto, en quienes tienen
el poder de crearlo.
Los creadores del cesto son la “élite del
poder”, que con frecuencia actúa entre bastidores; son los que organizan en
gran medida las condiciones de nuestra vida y nos obligan a dedicar nuestro
tiempo a los marcos institucionales que construyen (…) Cuando los diversos
intereses de estos dueños del poder coinciden, acaban definiendo nuestra
realidad de la forma que George Orwell profetizó en 1984. El complejo militar-industrial-religioso es el megasistema
supremo que hoy controla gran parte de los recursos y la calidad de vida de
muchos seres humanos.’
(El Efecto Lucifer. P.11. Philip Zimbardo)
En segundo lugar, la percepción
de la realidad de esa franja social está distorsionada gracias a la falta de
memoria de los receptores de sus políticas. Mientras que el Sistema, en todas
sus divisiones, trabaja de forma corporativa, aunando eficientemente el
esfuerzo de numerosas mentes enfocadas en un único objetivo que ha de ser
rentable, la sociedad está ensimismada en un individualismo vacuo y egoísta que
la incapacita para percatarse de situaciones de riesgo colectivo.
A todo ello hemos de sumar un
elemento esencial, que no es otro que la negación que experimenta la mayor
parte de la sociedad a aceptar que quienes dicen
actuar en su beneficio sean su mayor
enemigo. Probablemente, ante cada debate interno que se produce en la mente
respecto de nuestra relación afectiva
con el Sistema, la necesidad de creer (que pertenece al ámbito emocional) en su
esencia benigna y responsable se impone frente a cualquier disposición
analítica que surgiera de nuestra naturaleza intelectual.
‘Cuando observamos de cerca los
movimientos de resistencia o incluso algunas modalidades aisladas de rebelión,
descubrimos que la conciencia de clase –o cualquier otra forma de conciencia de
la injusticia- tiene muchos niveles. Tiene muchas formas de expresión, muchas
formas de manifestarse: de manera abierta, sutil, directa o distorsionada. En un sistema de intimidación y control,
las personas no revelan sus conocimientos ni la profundidad de sus sentimientos
hasta que su sentido práctico les informa de que pueden hacerlo sin ser
destruidas’.
(La otra historia de los Estados Unidos, p. 595. Howard Zinn)
En otras palabras: la formidable
inversión emocional que el individuo realiza en determinadas áreas del Sistema,
dada su implicación en lo referente a la
íntima sensación de seguridad personal, actúa como inhibidor de aquellas
zonas cerebrales que ejecutan el examen analítico de la situación.
Esta deficiencia no es ningún
secreto para los profesionales que trabajan para las corporaciones de todo tipo
que constituyen el Sistema, de forma que saben que han de enviar a sus
adeptos/consumidores/gobernados mensajes emocionales lo suficientemente
seductores como para impedir el ejercicio de las funciones intelectuales del
receptor. Además, cuando el discurso/la explicación/la doctrina se centra en
complejos contenidos intelectuales, el emisor se esmera a fondo en ser
perversamente impreciso, enrevesado y ambiguo, de tal forma que, el receptor no
pueda seguir coherentemente el mensaje y desista de su comprensión (ámbito
intelectual), con lo que el tímido conflicto que se crea en su mente se deriva
a la confianza (ámbito emocional) que necesita generar, para no tener que
enfrentar la indefensión en la que se encuentra dentro de la relación. Generalmente,
la aturdida y perezosa mente del individuo acaba cediendo ante el principio de
autoridad (magister dixit) que le ha
otorgado al emisor, al que le atribuye no sólo mayor conocimiento en la
materia, sino básicos principios morales.
Alegóricamente, podríamos decir
que, por su función eminentemente receptora dentro de la relación
Sociedad-Sistema, la primera de las dos partes es de naturaleza femenina,
siendo masculino y emisor el rol del Sistema.
‘Las
masas son femeninas y estúpidas, sólo la emoción y el odio puede mantenerlas
bajo control’
(Adolf Hitler)
Donde el integrante femenino de
la pareja no está lo suficientemente
cultivado como para permanecer alerta y percibir el veneno que el integrante
masculino pretende inocularle mediante sus elaborados mensajes intelectuales,
meticulosamente construidos.
Y ahí está nuestro riesgo como
sujetos subversivos, en la adhesión que el Sistema puede lograr de aquellas
aturdidas víctimas que no están dispuestas a que nadie atente contra el orden
establecido, el verdugo al que no aciertan a ver. No están dispuestas a que
terceros –forzosamente integrados en esa relación con el Sistema- se atrevan a
ser extremadamente críticos con la naturaleza del vínculo en cuestión. No querrán
que la relación se interrumpa. Creerán que puede ser salvada, renovada,
mediante la buena voluntad de ambas partes. No entienden por qué ha de ser rota. Han humanizado –en su
autoengaño- a la Bestia, y están dispuestas –en principio- a dar la cara por
ella con tal de no perder la sensación de seguridad de que han gozado hasta hoy.
El psicólogo Philip Zimbardo nos
dice a este respecto:
‘El poder de crear al enemigo.
Los poderosos no suelen hacer el trabajo sucio con sus propias manos, del mismo
modo que los capos de la mafia dejan los “accidentes” en manos de sus secuaces.
Los sistemas crean jerarquías de dominio con líneas de influencia y
comunicación que van hacia abajo y rara vez hacia arriba. Cuando una élite del
poder quiere destruir un país enemigo, recurre a los expertos en propaganda
para crear un programa de odio. ¿Qué hace falta para que los ciudadanos de una
sociedad acaben odiando a los ciudadanos de otra hasta el punto de querer
segregarlos, atormentarlos, incluso matarlos? Hace falta una “imaginación
hostil”, una construcción psicológica implantada en las profundidades de la
mente mediante una propaganda que transforma a los otros en el “enemigo”. Esta
imagen es la motivación más poderosa del soldado, la que carga su fusil con
munición de odio y miedo. La imagen de un enemigo aterrador que amenaza el
bienestar personal y la seguridad nacional da a las madres y a los padres el
valor para enviar a sus hijos a la guerra, y faculta a los gobiernos para
reordenar las prioridades y convertir los arados en espadas de destrucción.’
(El
Efecto Lucifer. P. 32-34)
Una relación enfermiza y suicida
Por mucho que gran parte de la
sociedad interprete su vínculo con el Sistema imperante sobre la base de los
intereses inmediatos, de los efímeros sueños comprados al publicista de turno
(Estado, religión, economía, cultura, ejército, etc.), ¿se trata de una
simpatía que podría llegar a durar lo que tarde en salir a flote la verdadera
naturaleza de la relación? Dudo de ello. Dependerá de la debilidad de la persona,
del apoyo con el que cuente para
descubrir el embuste en el que ha vivido, y de la solidez y el poder de
seducción del subsistema del que hablemos.
Me pregunto ahora lo que más
adelante desarrollaré con detalle: ¿Es realista aspirar a una revolución social
que no pase por pretender la ‘conversión’ de esta silenciosa porción de
aparentes indolentes? ¿Sería suficiente una fractura del control que ejerce el
Estado para contar con que se sumarán a los rupturistas? ¿Qué peso ha de tener
la contracultura subversiva, en términos palpables y prácticos, en el dilema
que se les presenta?
Lo cierto es que –en los momentos
actuales, de enormes posibilidades de transformación social- los tentáculos
culturales, religiosos, comerciales, etc, de la bestia opresora se mueven en
pos de colocarse de la manera más ventajosa posible, tirando de sus adeptos
(hacia enclaves tradicionales, reaccionarios), de aquellos sujetos dependientes
que, no teniendo otros puntos de referencia, preferirán -en principio-
cualquier orden conocido y/o prometido, al desconcierto que ofrece una masa
descontenta que aspira a romper drásticamente con el pasado.
En otras palabras: los sectores
sociales más directamente relacionados con los altos estamentos sistémicos
procurarán seguir las propuestas reformistas hechas por aquellos a los que se
sienten más cercanos, en lugar de apostar por la opción rupturista que defienden
quienes menos enajenados están.
Lamentablemente, esta suerte de
relaciones tóxicas puede llegar a ser duradera, aún en los casos más trágicos. Como
ya dije, la conciencia social de este conjunto de personas es raquítica, eminentemente
emocional, vinculada a enajenantes contenidos intelectuales que proceden de
alguno de los variados subsistemas que conforman el Sistema.
Ello convierte a este sector
social en un escollo para la evolución social. ¿Cómo proceder ante quien está
sometido por crueles y suicidas ataduras mentales, su ignorancia, a la que
denomina convencimiento?
Vayamos desde lo lejano hacia lo
cercano…
*¿Quién dedicaría sus energías a
hacer ver a los asesinos de Anusha, niña
paquistaní de 14 años que murió a manos de sus progenitores, que el llamado
‘crimen de honor’ que les hizo rociar a la víctima con ácido, es una
aberración? La mamá de Anusha sigue defendiendo que su hija mancilló el honor
de la familia al tener –sin aprobación paterna- relaciones con un chico, y por
ello afirma que ‘era su destino morir
así’.
*Enajenada es aquella persona que
escucha con atención -y asume con compromiso- lo que el General García-Vaquero
Pradal dijo en mayo de 2012 en la Plaza
de Santa Ana de Las Palmas de Gran Canaria:
"Os habéis comprometido a
mejorar la herencia recibida para transmitirla
a vuestros hijos y que ellos, la sociedad del futuro, reciban un patrimonio
que contribuya a que España retome el
camino del imperio donde no se pone el sol".
*A comienzos de octubre de 2009,
un soldado canario de 25 años de edad murió en la Guerra de Afganistán. Su
afligida madre reclamaba, entonces, el
regreso a casa de las tropas españolas: ‘Yo le pediría al Gobierno que, por el
amor de Dios, se los traigan (a los soldados) para su tierra, que nosotros allí
no pintamos nada’.
Algo más
de seis meses después, la madre del militar muerto juró bandera y afirmó: ‘Estoy en mi casa, rodeada de mi gran familia
militar (…) Tengo una familia civil, pero también una gran familia militar, que
es lo que mi hijo me ha dejado’. Estas declaraciones aparecieron en la prensa,
donde el redactor de la noticia añadía: ‘una madre “orgullosísima”, dijo, de
vincular toda su vida al Ejército (…) asume de tal forma su compromiso con lo
castrense que subraya que está “incondicionalmente”
al servicio del Ejército’.
La clave psicológica
Marie-France Hirigoyen,
psiquiatra y terapeuta, describe en su obra El
Acoso Moral, el comportamiento de Benjamín, un ser humano perverso, hacia
Annie, su pareja. Nos cuenta que la víctima va, progresivamente, ‘renunciando a su pensamiento propio y a su
individualidad’. A Annie le disgustan los conflictos, mientras que Benjamín
es incapaz de reconocer sus errores, incluso los más simples. De sus labios
sólo salen absurdas justificaciones, que Annie finge creer ‘para evitar más
explicaciones’. Benjamín no soporta hablar, en términos honestos y profundos, de la naturaleza de la relación que lo une
a su pareja. ‘Si ella insiste en tocar el tema, él contesta: “¿Realmente
crees que es el momento de hablar de ello?”. ‘Benjamín quiere dominar a Annie’,
quien ‘se va censurando progresivamente a sí misma’. Las disputas entre ellos
acaban con Annie irritada, mientras que él ‘adopta un aire sorprendido y dice:
“¿Otra vez vas a hacerme reproches?”. El resultado es que Annie siempre dude de
sí misma y se sienta culpable; ‘se da cuenta de que esta relación no es normal,
pero, como ha perdido cualquier punto de
referencia, se siente obligada a proteger y a excusar a Benjamín, haga éste lo
que haga. Ella sabe que él no cambiará’. ‘Ella está tan pendiente de él
que, al menor signo de acercamiento, renacen sus esperanzas’.
Marie-France Hirigoyen concluye
con una frase esencial que lo aclara todo: ‘Si Benjamín fuera un monstruo absoluto, todo sería más sencillo,
pero hubo un tiempo en que era un amante cariñoso (…) Por lo tanto, puede
cambiar (…) ella puede cambiarlo (…) Annie también cree que permanecer con él
en esta pareja insatisfactoria es menos grave que quedarse sola’.
Lo que, en realidad, aquí se ha
descrito es un minúsculo ejemplo de perversa realidad consensual, un autoengaño
(por parte de la víctima) que refleja a la perfección lo que ocurre a niveles
colectivos.
La madre de Anusha, quien compra
el cuento del General García-Vaquero Pradal, y la madre del militar muerto en
Afganistán, son Annie. La parte terrorífica de esta historia es que todo aquel
que -siendo esclavo de su ignorancia-
sea sometido a un determinado clima creado por las fuerzas sistémicas, puede
llegar a cometer y justificar las mayores atrocidades. Ya ha ocurrido antes,
sin necesidad de irnos al nazismo de los años 30 del siglo pasado. Y no estamos
vacunados contra este virus letal.
‘Si Benjamín fuera un monstruo absoluto, todo sería más sencillo’,
una frase que resume la esencia del fascismo actual, tal y como es observado
por una enorme e ignorante porción de la sociedad. Ergo, como no es (percibido
como) un monstruo, no hay nada que combatir.
Si ese Benjamín que es el Sistema, particularmente el Estado, llegase a
ser percibido por las Annies (a las
que ‘disgustan los conflictos’) como realmente es, otro gallo cantaría. Sería
más sencillo que la svástica estuviese presente en cada balcón municipal, y que
la cultura que va desposeyendo al ser humano de las características que hacen
de él un ente con conciencia, se mostrase a rostro descubierto. Pero así no son
las cosas. La perversión del Sistema, en todas sus áreas es, muchas veces, lo
suficientemente sutil como para no crear dilemas morales. Y cuando es
descaradamente evidente en su malignidad, otros quehaceres cotidianos,
circunstancias urgentes (que no necesariamente importantes), reclaman nuestra
atención y tiempo. Y dejamos de actuar, permitiendo, tolerando, que el
perverso, el psicópata integrado, el conjunto de sujetos que carecen de
conciencia, empatía y remordimiento, hagan lo que les venga en gana.
No es que Benjamín, como ejemplo
de sujeto perverso que sobrevive gracias a sus dotes sociales, no sea un
monstruo absoluto con mortíferas capacidades de destrucción; era Annie quien no
había hecho una adecuada valoración de la persona con la que mantenía una
relación, y el precio que acabaría pagando por su analfabetismo. Muy posiblemente,
Annie había llegado a convencerse de que la violencia de baja intensidad que un
psicópata integrado inflinge
cotidianamente, es menos recriminable que un solo y mortal acto de violencia.
El paternalismo con el que se
hace sentir culpable a quien muestra desafecto, la arbitrariedad de las fuerzas
antidisturbios, el cínico desprecio con el que las autoridades encaran las
protestas de los hartos, la perversión del lenguaje, la condena a la miseria,
la siembra de miedo (y exclusión social) ante quien pretende descolgarse del
orden establecido, ¿no es todo ello la expresión malvada de la personalidad de
uno de los integrantes de una desigual relación colectiva, donde la clave está
en la manipulación emocional y la falta de recursos intelectuales para hacerle
frente?
A propósito de la publicación de
su última obra (Abuso de debilidad),
la psiquiatra francesa afirma sobre la conducta perversa: ‘Se sirven de las
personas, de los otros, para conseguir poder y tener cada vez más (…) Existe la
impresión de que todo es posible, de que no hay límites a nuestra voluntad.
Esta falta de límites y de conciencia de los límites, lleva a que se
multipliquen las situaciones abusivas (…) Nuestra
sociedad banaliza esta forma de comportamiento. Al menos, valora esta forma
de comportamiento que consiste en apañárselas para caer siempre de pie
utilizando todo lo que pueden a los demás (…) Mi libro es una metáfora de una
situación más general. Para mí está claro que hay un abuso de debilidad por parte del poder hacia el pueblo’.
Video.- Marie France Hirigoyen: "El acosador psicologico carece de ética y límites"
http://educandonosparalaevolucion.blogspot.com.es/2012/11/reflexiones-sobre-la-conciencia-social_13.html
Estrategia: ¿Un activismo más pedagógico?
¿Cómo explicar a la madre que ha
entregado a su hijo a morir en un negocio bélico, que su ‘compromiso con lo
castrense’, que permanecer “incondicionalmente” al servicio del Ejército’, es
una monstruosidad derivada del estado de enajenación en el que está sumida?
¿Cómo revelarle que ella es, además de su hijo, una víctima de ese compromiso?
‘A las personas en el poder les
gusta que creamos que todos tenemos
los mismos intereses. Pero no todos tenemos los mismos intereses. Existe el
interés del Presidente de los EEUU, y también el interés del joven que él envía
a la guerra; el interés de las poderosas corporaciones, y el interés del
trabajador común. Ocurre igual con la expresión Seguridad Nacional, como si
significase lo mismo para todos. Para algunas personas, Seguridad Nacional
significa tener bases militares en cien países; para la mayoría, ‘seguridad’
significa tener un lugar donde vivir, tener un trabajo, tener atención médica.’
(The People Speak, Howard Zinn)
¿Cómo hacer entender a la
sociedad que las palabras del General García-Vaquero Pradal, sobre el glorioso
pasado imperial español son, simple y llanamente, basura? ¿Cómo podrían
comprender esas personas que creer en este cuento las convierte en víctimas y
verdugos?
Pues, sólo hay un enfoque además
de desmentir la gravedad de los hechos: aceptar que estos dos casos son ejemplos
evidentes del clima de enajenación reinante. Y aceptar, también, que hay
cientos, miles, de circunstancias cotidianas menos llamativas que éstas, pero
igual de peligrosas.
Y sólo hay dos formas de encarar
el problema que, desde el activismo, nos atañe:
A- Considerar que vivimos en un clima de alienación que no tiene
solución posible. En clave estratégica, los subversivos tratarán de llevar a
cabo su proyecto sin tener en cuenta la peligrosidad latente en un sector
social activo en su ‘afinidad’ hacia el Sistema.
B- Considerar que, por simple supervivencia -y aún en el caso de
que determinadas reformas lograsen reconducir la actual deriva histórica hacia
una aparente estabilización- se hace preciso un frente popular que devuelva la
cordura a nuestra sociedad, persuadiendo –laboriosamente- a los más vulnerables
a las mentiras del Sistema.
Mi opinión es que no habrá una
mejora en la situación actual, ni siquiera de forma aparente. Y que es
imprescindible la implicación de las parcelas más enajenadas de la sociedad en
cualquier proceso de transformación sólida y duradera que se pretenda llevar a
cabo. No sólo porque hablamos de víctimas, sino porque éstas, como fuerza
social eminentemente emocional, son fáciles de convertir en nuestros oponentes.
Bastaría que el Sistema,
psicopático por naturaleza, ejerciese más activamente el rol de agente
situacional masivo sobre una sección concreta de nuestra sociedad –Annie-, impulsándola a repeler cualquier
movimiento de ruptura.
Zimbardo nos invita a no perder
de vista la combinación de todas las fuerzas implicadas:
‘El poder aún mayor de poder crear el mal a
partir del bien: el poder del Sistema, ese complejo de fuerzas poderosas que
crean la Situación. La psicología social ofrece muchísimas pruebas de que el
poder de la situación puede más que el poder de la persona en determinados
contextos (…) No obstante, muy pocos psicólogos se han interesado por las
fuentes más profundas de poder inherentes a la matriz política, económica,
religiosa, histórica y cultural que define las situaciones y les otorga una
entidad legítima o ilegítima. La comprensión plena de la dinámica de la
conducta humana nos exige reconocer el alcance y los límites del poder
personal, del poder situacional y del poder sistémico.
Modificar o impedir una conducta
censurable por parte de personas o de grupos exige una comprensión de las
fuerzas, las virtudes y las vulnerabilidades que aportan estas personas o
grupos a una situación dada. Luego debemos reconocer plenamente el conjunto de
fuerzas situacionales que actúan en ese contexto conductual. Modificar o
aprender a evitar estas fuerzas puede tener un impacto mayor para reducir las
reacciones individuales censurables que cualquier medida correctora que se
centre únicamente en las personas que se hallan en la situación (…) Sin
embargo, si no nos hacemos sensibles al verdadero poder del Sistema, que
siempre se oculta tras un velo de secretismo, y entendemos plenamente sus
propias reglas, el cambio conductual será pasajero y el cambio situacional será
ilusorio.’
(El
Efecto Lucifer. P.18)
En definitiva, el Sistema, de
extremo a extremo, carece de conciencia, y su situación es irreversible. Nada
más que añadir, por el momento. Es tiempo de prepararse.
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