Francisco Lorca Valverde
Orientador Escolar
Terapeuta en Constelaciones Familiares
Miembro Titular de la AEBH (Asociación Española de Constelaciones Familiares Bert Hellinger)Orientador Escolar
Terapeuta en Constelaciones Familiares
No
se van en trenes con maletas de cartón pero llevan sus bienes más
preciados: un portátil, un móvil de última generación regalado por un
familiar o conseguido a base de una lucha de puntos sin cuartel. Suelen
tomar un vuelo de bajo coste, cazado pacientemente en las redes de
Internet. Se van a hacer un máster, o han logrado una mal llamada beca
Erasmus que costará a la familia la mitad de sus ahorros. Otras veces
van a hacer de au-pair, de auxiliar de conversación, o a
cualquier trabajo temporal. La familia va a despedirlos a la puerta de
embarque y mientras se alejan disimularán unos su pena y otros su
incipiente desamparo. "Es por poco tiempo -se dicen-. Dominarán el
idioma, conocerán mundo... Regresarán en pocos meses".
Hasta
hace poco era un privilegio de los nuevos tiempos que les permitía
gozar de una libertad sin límites, de un mundo sin fronteras, de una
capacidad casi infinita de aprendizaje... Hasta que llegó la crisis y la
maleta pareció distinta, la espera en la fila de embarque más
embarazosa, la despedida más triste y el fantasma de la ausencia
definitiva más cercano.
No.
No llevan maletas de cartón, ni hay aglomeraciones en el andén de la
despedida. No se marchan en grupo, sino uno a uno. Aparentemente nada
les obliga. Ha sido una cadena invisible de acontecimientos. Estuvieron
allí hace unos años, o tienen una amiga que les ha informado de que
puede encontrar algún trabajo con facilidad. No pagarán mucho, eso es
seguro, pero podrán ganarse la vida con cierta facilidad... A fin de
cuentas aquí no hay nada.
Y
se marchan poco a poco, sin alboroto alguno. Un goteo incesante de
savia nueva que sale sin ruido de nuestro país, desmintiendo la vieja
quimera de que la historia es un caudal continuo de mejoras.
No
hay estadísticas oficiales sobre ellos. Nadie sabe cuántos son ni
adonde se dirigen. No se agrupan bajo el nombre oficial de emigrantes.
Son, más bien, una microhistoria que se cuenta entre amigos y
familiares. "Mi hija está en Berlín", "se ha marchado a Montpellier",
"se fue a Dubai" son frases que escuchamos sin reparar en el significado
exacto que comportan. Escapan a las estadísticas de la emigración
porque suelen tener un nivel alto de estudios y no se corresponden con
el perfil típico de lo que pensamos que es un emigrante. Quizá en las
cuentas oficiales figuren como residentes en el extranjero, pero
deberían aparecer como nuevos exiliados producto de la ceguera de
nuestro país.
En
los tiempos de crisis que detallan cada euro gastado nadie computa los
centenares de miles de euros empleados en su formación y regalados a
empresarios de más allá de nuestras fronteras con una torpeza sin
límites, con una ignorancia sin parangón. Menos aún se cuantifican el
esfuerzo de sus familias, las ilusiones perdidas y sus sueños rotos en
mil pedazos.
No
llevan maletas de cartón, pero componen un nuevo éxodo que azota
especialmente a Andalucía, que dispersa a nuestros jóvenes por toda
Europa y gran parte del mundo, que nos priva de su saber, de su
aportación y de su compañía. Pero, aparentemente nadie se escandaliza
por esta fuga de cerebros, lenta pero inexorable, que nos privará de
muchos de nuestros mejores talentos. Nadie protesta por esta nueva
oleada de exiliados que son una acusación silenciosa del fracaso y de
engaño. Se van en silencio por el túnel de embarque en el que les
alcanzará la melancolía por la pérdida temprana de su tierra.
No son, como dicen, una generación perdida para ellos mismos. No son los socorridos ni-nis
que sirven para culpar a la juventud de su falta de empleo. Son una
generación perdida para nuestro país y para nuestro futuro. Un tremendo
error que pagaremos muy caro en forma de atraso, de empobrecimiento
intelectual y técnico. Aunque todavía no lo sepamos.
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