El periodista Rafael Palacios (Rafapal) publicó el pasado 3 de Octubre en su Blog el siguiente informe:
¿Cómo llegamos a esta locura?
El siglo XIX alumbró al mundo dos ideas que cambiaron el sentido de su vida: la creencia de que había habido una evolución espontánea, no dirigida, desde organismos simples a la compleja mente del hombre, y la existencia de una secuencia genética del ser humano donde residirían todos los secretos de su conducta.
Si la una (el darwinismo) apunta a que el ambiente (que comprende la cultura) crea al hombre, la segunda (la genética), afirma que todo viene dado por los genes, con lo cual, poco o nada se puede hacer por variar el destino. Añádase la creencia en el mal originario del hombre y la deriva hacia el caos de la sociedad se considerará inevitable. En la disyuntiva científica de la época, una corriente darwinista iría asociada a la izquierda (dando primacía a la cultura), mientras que la genética (asociando los genes con Dios), sería asociada a la derecha política. La una propugnaría que la cultura es la solución a todos los problemas y la segunda sostendría que todo pasa por seleccionar a quienes van a transmitir sus genes, haciendo que sólo los mejores se reproduzcan.
El segundo gran postulado darwinista (“los mejores adaptados sobreviven”) sería la manera de ligar a Darwin con la genética, fundamentando las teorías eugenistas que, desde el siglo XIX en Inglaterra, propugnaban nuevamente la selección procreadora de un cierto tipo de individuos.
El siglo XX y el comienzo del XXI han variado el escenario de esta batalla de ideas desde la creencia en que el ambiente lo era todo (darwinismo tradicional) a la época actual, en la que se pondera que todo está escrito en los genes, de manera que nada se puede cambiar. En el juego de manos entre una y otra, como veremos, se ha debatido la política que ha gobernado nuestras vidas desde entonces, apoyada en los postulados de la psiquiatría y la psicología.
ASÍ NACE LA PSIQUIATRÍA
A finales del siglo XIX se funda la psicología como una rama de la filosofía, que busca el conocimiento del ser humano. Poco tiempo después, nace la psiquiatría, desgajada de la medicina. Ambas disciplinas, aunque aparentemente enfrentadas, llevarán caminos ideológicos paralelos.
El término ‘psiquiatría’ procede del griego, significa literalmente “médico del alma” y aparece por primera vez en el Tratado de la Locura, en 1758, de W. Battie. En 1811 se establece la primera escuela de terapia psiquiátrica, en Jena, Alemania, seguida por otra en Berlín. Desde el primer momento, Alemania se destaca en este campo siguiendo las corrientes filosóficas de Nietzche y Goethe, entre otros.
Ya desde su nacimiento, se entablaron polémicas sobre si algo que no puede ser testado ni cuya existencia puede ser comprobada científicamente, como es una enfermedad mental, puede ser curado. Desde un principio, el principal problema de la psiquiatría será demostrar que aquello que dice, existe de verdad, comenzando por la esquizofrenia, también llamada “mente dividida”: ¿hay prueba fisiológica de su existencia como puede haberla de una diabetes, por ejemplo? En 1897, el legislador alemán Julius Lenzmann dice ante el Reichstag, Parlamento alemán: “lo peor de todo es que todo ‘loquero’ piensa de sí mismo que es más infalible que el Papa. Y esto es más preocupante, teniendo en cuenta que la mayoría de esos mismos médicos son psíquicamente inestables. Tengo conocimiento de juicios en los cuales todos los participantes estaban de acuerdo en que los más locos eran los propios médicos”.
HISTERIA FRANCESA
La Primera Guerra Mundial, que provocó una gran neurosis en la población europea, tanto civil como militar, serviría de excusa a este grupo de poder para lanzar al mundo las bondades de la psiquiatría. En realidad, la locura provocada por las atrocidades de la gran guerra significó una extensión del concepto germánico de la “histeria francesa”, una enfermedad puramente nacionalista, pues fue diseñada por los propios teutones para desacreditar a los galos y su origen fue claramente político: la lucha por la hegemonía de Europa entre esas dos naciones. El psiquiatra alemán Max Nonne describe así la histeria del hombre post Primera Guerra Mundial: “Antes pensábamos que esto solo sucedía en Francia. Pero ahora la vemos aquí, en Alemania, en todas sus formas: parálisis de las cuerdas vocales y de las extremidades superiores e inferiores, temblores en partes del cuerpo, espasmos musculares, idiocia, incapacidad para ver y caminar, y dislocaciones de las más diversas formas”. Vemos así, que la causa de esta locura es política: una guerra a todas luces artificial cuyos paganos fueron los de siempre. Más tarde, los propios psiquiatras suprimirían el término “histeria” para definir estas patologías asociadas a los efectos de la guerra, para no quitarle valor a sus propios experimentos.
PSIQUIATRÍA: TORTURA MEDIEVAL
Fue nuevamente en el campo de la psiquiatría militar, con soldados que habían entrado en estado de pánico, en el que se comenzaron a probar las “novedosas” técnicas psiquiátricas sin prueba alguna que lo justificara. En concreto, el electroshock, conocido como “Terapia Kraufman”, en honor a su creador, se fundamentaba en la idea de que había que curar un shock con otro shock mayor, en este caso, eléctrico. Insistimos en que no había prueba alguna de que esta idea tuviera alguna lógica: la pura realidad es que era una forma de recuperar la tortura de tiempos medievales, aplicada al presente. El único argumento probatorio consistía en la supuesta autoridad científica de estos nuevos magos llamados psiquiatras. Y su autoridad, a su vez, se sostenía calificando de “locos” a aquellos que no estuvieran de acuerdo con lo que este grupo de poder preconizaban. Sencillo, ¿no?
En 1870, la psiquiatría y la neurología todavía eran disciplinas diferenciadas, pero rápidamente llegaron a la conclusión de que si todos los nervios acaban en el cerebro, entonces la solución para todos los problemas mentales debía estar ahí, en las conexiones neuronales; de ahí que crearan la “neuropsiquiatría”, como la definió el profesor Wernicke en 1889. Desde el principio, los psiquiatras se enfrentaron a la psicología, el psicoanálisis y la psicosomatología porque, a diferencia de todas estas corrientes, sostenían que las causas eran únicamente físicas. Con la rapidez de un virus, la “nueva ciencia” se extendió por Viena, Innsbruck, Berlín, Francfurt, Colonia, Hamburgo y Suiza, sobre todo. Nuevamente, el área germánica.
La psiquiatría se fundó sobre las ideas socialdarwinistas que influyeron sobremanera en el nazismo, y su objetivo declarado era expulsar a los débiles mentales del ámbito de la procreación. Su argumentario estaba basado, por ejemplo, en el libro de Alfred Ploetz “La aptitud de nuestra raza y la protección del débil” y fue defendido, entre otros, por Kraepelin, uno de los primeros psiquiatras alemanes.
Entre los años veinte del siglo XX y la Segunda Guerra Mundial se fundan las bases de la moderna psiquiatría con financiación de las familias oligarcas Krupp, Loeb, la Asociación Alemana de Industrias Químicas y la Fundación Rockefeller, entre otros poderosos lobbyes. En esa época se crea el concepto de “higiene mental”, sobre la base de los siguientes objetivos, como se describe en el libro “Psiquiatras: los hombres detrás de Hitler”:
1-Creación de definiciones arbitrarias de lo que es normal y anormal, sano y enfermo.
2-Creación de leyes o decretos gubernamentales sobre tratamiento psiquiátrico y medidas terapéuticas.
Paso 3- Asunción de los roles de agentes del gobierno por parte de los psiquiatras.
Paso 4-Una expansión de la definición “enfermedad mental” para incluir a más personas y ampliar así, la esfera de los tratados psiquiátricamente.
ESTÍMULO-RESPUESTA: NO HAY ALMA
El también alemán Wilhem Wundt está considerado el padre de la psicología, pues en 1856 empezó a estudiar el tema en la universidad de Leipzig, y en 1879 ya contaba con su primer laboratorio donde investigar experimentalmente. Aunque en un principio el objeto de estudio, al igual que en la psiquiatría, era el espíritu, pronto se decantó por el análisis del comportamiento, que era lo analizable y objetivable mediante datos, enfocándose en cuatro áreas: percepción, reconocimiento del estímulo, decisión de actuar y reacción al estímulo. Para él, la investigación sobre la conciencia no tenía sentido porque el espacio entre estímulo-respuesta estaba únicamente condicionado por la química, que jugaba el papel de estimuladora en ese proceso. Dado que la conciencia no se podía medir, era inútil investigarla. De esta presunción procede el considerar hoy día el enamoramiento como un proceso químico en el que el alma no tiene nada que ver; se prima la cantidad (los datos objetivables) por encima de la calidad (los sentimientos subjetivos). Wundt fue el origen de los psicólogos conductistas Paulov, Watson y Skinner que se dedicaron a medir reacciones inconscientes, y de los posteriores sexólogos, con el zoólogo Alfred Kinsey a la cabeza, que estudiaron la conducta sexual bajo el mismo protocolo estímulo-respuesta de los estudios con animales. Otra de sus “hijas” es la Publicidad, clara hija del conductismo y el psicoanálisis, que conseguirá producir respuestas condicionadas (la compra de un producto) a través de estímulos al inconsciente (generalmente, el sexo).
Wundt formó a Stanley Hall y James Cattel, que fueron los primeros psicólogos que llevaron esta disciplina a Estados Unidos. El primero fundó la Asociación Psicológica de Estados Unidos en 1892, y se especializó en el estudio de los adolescentes, un sector en el que confluyeron la psiquiatría y la psicología con el claro objetivo de controlar al Ser Humano desde el momento en el que se asienta su personalidad.
PSIQUIATRÍA PARA ADOLESCENTES
En 1939, el Doctor Paul Schröder funda la Alianza Alemana para la Psiquiatría del niño y el adolescente. Procedente de la Universidad de Leipzig, realiza su primer congreso el año siguiente con la participación del Ministerio del interior, el Ministro de propaganda, las organizaciones juveniles nazis y, por supuesto, el Ministerio de salud. Después de la guerra cambiaría su nombre por el de Sociedad Alemana para la psiquiatría del niño y el adolescente, con presencia de los psiquiatras Villinger y Wagner Von Jauregg. Este último fue uno de los que, durante la Primera Guerra Mundial, aplicaba electroshock a los soldados para “curarles de sus histerias”. El discurso inaugural del doctor Schröder en el congreso nos puede aclarar muchas dudas: “la psiquiatría infantil tiene que ayudar a integrar los daños psíquicos heredados o a niños inadaptados, por su propio bien y el de la ciudadanía, y el progreso económico. De cualquier manera, no pueden tratarse al azar y de la misma forma casos diferenciados, sino que se debe realizar una discriminación constante y experta de los educables y capacitados, y, al mismo tiempo, un justo y estricto sacrificio de aquellos sin valor o ineducables”. Está hablando, evidentemente, de socialdarwinismo o selección de los más fuertes.
Villinger, otro de los creadores de esta rama de la psiquiatría, ponderaba: “nuestro éxito educacional no depende tanto de nuestra preparación educativa y la capacidad, sino de la arcilla que tenemos que modelar y la madera que tenemos que esculpir”. En otras palabras, están hablando de reconstruir a un sujeto, desde la creencia en que parte de la personalidad se hereda.
Otra destacada miembro de esa sociedad fue la genetista Anna Leiter, que trabajó en Dresde y se refirió explícitamente al carácter hereditario de la conducta antisocial después de estudiar, supuestamente, a tres mil niños. “Así pues, demandamos un análisis responsable de la extremadamente inusual carencia de emociones en conexión con otras tendencias reactivas criminogénicas [criminales genéticos] para detectar a esos niños tan pronto como sea posible, dado que representan un peso imposible de sobrellevar para la sociedad y un peligro para el país”. Aunque todavía no se detallaba cómo se haría, los psiquiatras eran quienes tendrían que decidir a quienes se pondría bajo custodia. Estos postulados son el origen de esa nueva profesión llamada “psiquiatra infantil”. A partir de ahí, estos psiquiatras especializados tomarían el papel de peritos y asesores en cuestiones judiciales sobre el tema, bajo la presunción de que eran “expertos”, cuando su único logro había sido poner fuera de combate a miles de niños.
Fue a través de ese proceso ideológico y esas consideraciones filosóficas como se articuló el concepto de “deserción escolar” que se erigía sobre cinco categorías:
1-Repetidores de los cursos escolares más bajos.
2-Estudiantes de los cursos más altos a los que se recomienda acudir a escuelas especiales, así como
“expulsados, niños-límite y casos cuestionables”.
3-Niños ineducables.
4-Niños con especiales dificultades de aprendizaje.
5-Niños cuyos hermanos o familiares han estado en escuelas especiales: “genética y consideraciones de salud nacional hacen recomendable el registro preventivo”, se decía en un memorando.
De acuerdo a Lesch, “no se debe tener consideración por sus padres o compasión por su naturaleza bondadosa, pues son inapropiadas aquí”.
Schröder, primer líder de esta rama de la psiquiatría, heredero de Kraepelin y Bonhoeffer, publicó un artículo en 1933 en una publicación médica en el que definía al psicópata como “una persona fuera de la media y de lo normal”. Para él, “los psicópatas no eran sólo los que comparados con la media, muestran más o menos autoestima, sino también los que son extremadamente talentosos, capaces de amar, temperamentales, etc”. De esta manera, se considera psicópata, por ejemplo, a toda persona con un alto sentido de la responsabilidad y de los principios. Este fue el inicio de lo que más tarde sería el DSM (manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales). Hay que decir que el citado Schröeder influyó mucho en la comunidad psiquiátrica y sus ideas fueron incorporadas a la ideología nazi, como base para saber cuál debía ser exterminado.
Conociendo esto, no nos extrañará saber que el doctor Hans Heinze, director del Instituto Laender de Branderburgo y consultor sobre eutanasia infantil del Tercer Reich, influyó sobremanera en el Comité Científico de registro y heredabilidad de los daños inherentes, que fue la organización tapadera para el programa de asesinato de niños y jóvenes durante la Alemania nazi.
En 1931, Heinze colaboró con Schröder en un libro titulado “Las personalidades infantiles y sus anormalidades” en el que definen el término “degenerado” en el mismo sentido que luego hablarían del “psicópata”. “Degenerado significa desviado de la especie, de la norma, de un más amplio espectro de la media. Degenerado no es lo mismo que enfermo. Degenerado también incluye el sobredimensionamiento o infravaloración de una persona, de un atleta, el talentoso o el genio. Un degenerado en el área psicológica es alguien que se sale de la norma, tanto por arriba como por abajo”. La estadística, ante todo; la media es lo bueno.
El propósito de esta definición, obviamente, era flexibilizar el concepto para que se pudieran incluir como patológicos todos los casos que se desearan, lo que deja al psiquiatra la libertad para convertirse en policía del pensamiento y censurar todas aquellas ideas que considere “antisociales”, como ha acabado sucediendo con el código DSM. Hoy día, como se ha relatado en esta revista, la rebeldía o el exceso de inteligencia (niños hiperactivos) han sido colocados fuera de la normalidad por el código de los psiquiatras norteamericanos aceptado mundialmente como “lo bueno”.
Heinze estuvo involucrado en el diseño de los programas de eutanasia y específicamente de la eutanasia infantil, lo que comenzó a hacer desde el manicomio de Branderburgo, influyendo sobremanera en la doctrina nazi.
Todos los psiquiatras mencionados continuaron con su trabajo una vez cayó el régimen nazi, y muchos de ellos, como veremos, se fueron a Estados Unidos, por medio de la Operación Paperclip, que les exoneró del tribunal de Nuremberg, influyendo decisivamente en la naciente psiquiatría norteamericana.
En 1948, Stutte y Villinger colaboraron en un artículo titulado “Tareas contemporáneas y problemas del tratamiento de la juventud” en el que proponían una reforma de la educación “de los social y biológicamente inferiores” y demandaban que “el examen, monitoreo y guía de estos delincuentes juveniles debe ser una tarea psiquiátrica”. Ocho años después, el propio Stutte solicitó medidas más drásticas en su Manual para la Educación institucional: “el infeccioso grupo de los asociales crónicos debe ser introducido en el sistema sanitario tan pronto como sea posible, pues están necesitados de tratamiento especial”. Una de esas medidas propuestas era la esterilización de las personas minusválidas.
En 1971 concedieron una medalla de la Sociedad para la psiquiatría infantil al doctor Stutte y a partir de ahí se desarrolló esta “moderna ciencia”, con psiquiatras de la Alemania nazi a la cabeza. En su publicación “Educación moderna”, el doctor Müller-Küppers escribía: “desde la base del estudio con gemelos, debemos admitir que hay un componente hereditario en ciertos comportamientos. A través de la introducción del tratamiento médico moderno -que puede ser aplicados también a niños- su curación ha mejorado. El tratamiento electroconvulsivo [electroshock] puede ser usado si no hay otra forma terapéutica de tratamiento”.
El doctor Remschmidt estudió extensamente el fenómeno de la hiperactividad en los niños y fue gracias a su influencia que acabó convirtiéndose en lo que es hoy: una enfermedad tratada con drogas. Los criterios que consideró para diagnosticarlo son los mismos que hoy día: hiperactividad, impulsividad, excitabilidad, molesta a otros niños, poca atención, comienza muchas cosas pero no las termina, se distrae fácilmente, se frustra fácilmente y quiere que sus deseos se realicen, llora mucho, cambios bruscos de ánimo, tendencia a cabrearse y conducta imprevisible. Para Muller-Kuppers todas las posibles soluciones legales a la delincuencia juvenil han de ser fiscalizadas por los psiquiatras.
El propósito, obviamente, es que casi todos los niños pudieran ser encuadrados en esta categoría, y así tenerlos bajo control. Después de que resultara imposible encontrar fallos orgánicos, el propio Remschmidt intentó justificarlos por medio de la genética, determinando que el 10% de los niños son enfermos mentales y por eso necesitan tratamiento. El presidente de la sociedad entre 1988 y 1990 se pronunció favorablemente al uso de las drogas en ese momento en el mercado farmacéutico para tratar estos asuntos. Hacía realidad así la visión del pionero Kraepelin en 1892 cuando acuñó el término “farmapsicología”, escribiendo: “llegaremos a un punto en el que veremos claramente que un remedio químico puede influir de una manera muy precisa en el proceso de pensamiento”. Gracias a esa medicación, la comunidad psiquiátrica podrá experimentar la reacción de los individuos a esas sustancias empíricamente. Eso, aún admitiendo que el efecto placebo funciona en un 40% de los casos.
En marzo de 1970, un memorándum de los psiquiatras alemanes decía: “la enfermedad mental es la más común de nuestra sociedad. Dado el hecho de que en una sociedad moderna entre el 10 y el 12% de la gente precisa tratamiento psiquiátrico, es imperativo que el Parlamento y el gobierno federal se preocupen seriamente de los problemas mentales”. En base a esa presunción de culpabilidad sin sostén empírico alguno, se pone en marcha la Operación Enfermedad Mental III, como una lógica evolución de la propuesta en la Alemania nazi conocida como Higiene Mental que evolucionó a la Asociación Alemana por la Higiene Psicológica y La Liga Europea por la Higiene Mental.
Para ello se embadurnará de una pátina compuesta por palabras en latín o griego con el fin de que el profano no sepa a qué se están refiriendo. Por ejemplo, “higiene mental” se convierte en“salud mental” o “atención psicológica”. Su fin último no es más que obligar a que el individuo se adapte a la sociedad (recordemos la frase del místico Krishnamurti “No es saludable estar bien adaptado a una sociedad enferma”). Es preciso recordar que en su origen, el término “salud mental”, y la política que se deriva, fueron creados para curar las irritaciones y reacciones en el trabajo cuando comenzó la revolución industrial. Es decir, lo que hoy llamaríamos “estrés”, que no es más que una inadaptación al trabajo esclavo propiciado por la Revolución Industrial.
LA PSICOLOGÍA SE EXTIENDE POR ESTADOS UNIDOS
Aunque Wundt fuera su creador, la psicología fue desarrollada por su discípulo ruso Paulov y más tarde por los estadounidenses Watson y Skinner, siempre sobre la idea de que el hombre se debe adaptar a su entorno (siguiendo las tesis de Darwin). Ello abrirá la justificación para el uso de la lobotomía, el electroshock y la terapia con drogas. El argumento es que el ser humano ha de ser condicionado para poder colaborar con otros y no convertirse en un estorbo para la sociedad, debido a su natural egoísmo. Del laboratorio de Wundt saldrían los psicólogos conductistas que llevarían esta nueva técnica a sus respectivos países.
Cattell trabajó con Wundt durante tres años y fue uno de los fundadores de los nuevos métodos de enseñanza. Otro de ellos fue Stanley Hall, quien fundó el primer laboratorio de psicología en la Universidad John Hopkins de Baltimore. En 1889 escribió el libro “Adolescentes: su psicología y sus relaciones con la fisiología, antropología, sociología, sexo, crimen, religión y educación”. Uno de sus discípulos fue John Dewey, que extrapoló las opiniones de Wundt al campo de la nueva educación: “alimentando de datos experimentales a un cerebro joven y su sistema nervioso, más que a sus capacidades mentales, se consigue la abdicación del rol tradicional del profesor como educador. Su lugar es reemplazado por el concepto del profesor como guía en la socialización del niño, llevando a cada joven a adaptarse a una conducta específica requerida de él, para integrarse en el grupo”. Es decir, la psicología se pone al servicio del estado para erradicar el alma del individuo.
El alemán Adolf Meyer fue otro de los discípulos de Wundt y Kraepelin, que fusionó la psicología conductista con la psiquiatría para fundar la psicopatología. En 1902 se fue a Nueva York, donde trabajó en el hospital estatal de psiquiatría, transformando el instituto de patología en el primer hospital psiquiátrico. Tras pasar cinco años en la Universidad de Cornell, se convirtió en profesor de psiquiatría de la Universidad John Hopkins, en Baltimore. Junto a Stanley Hall fundaría la Asociación Americana de Psicopatología, desde donde formaría a los psiquiatras militares y los programas estatales de salud mental. Para todo ello contaría con una valiosísima ayuda…
Y, POR SUPUESTO, LOS ROCKEFELLER
La hija del magnate John Rockefeller, Bessie, se casó con el psicólogo Charles Strong, con el que el patriarca tuvo una gran amistad durante toda su vida, por lo que se puede intuir que influyó sobre él. Strong, por supuesto, había estudiado psicología en Alemania; todo aquel que venía de Alemania, era bien considerado en Estados Unidos. La tercera hija del magnate, Edith, estudió diez años psicoanálisis con Jung en Suiza, pero volvió de allí sin haber mejorado aparentemente. Ya desde ese tiempo, Rockefeller financió universidades, como la de Chicago (medio millón de dólares de la época) y más tarde, la mencionada Universidad John Hopkins, donde nacieron los estudios reglados de psiquiatría. Curiosamente justo el mismo año en el que el mencionado Adolf Meyer llega allí (1910), la Universidad de Baltimore se destruye por un incendio, por lo que el dinero de Rockefeller ayudó a su reconstrucción… Quien pone el dinero, dirige el camino…
En el año 1902, se funda el Rockefeller Institute para la investigación médica, más tarde llamado “Universidad Rockefeller”. Su primer presidente fue Simon Flexner, que había estudiado, cómo no, en Alemania.
Seis años después, las fundaciones Rockefeller y Carnegie se unen para pagar un estudio sobre las Academias de medicina de Canadá y Estados Unidos. Encargado al hermano de Flexner (Abraham), el objetivo era seleccionar de entre las 155 investigadas las más aptas para recibir sus ingentes cantidades de dinero. Sobre 35 de ellas, el estudio de Flexner recomendó que se cerraran o fueran fusionadas con otras. La razón es que todas ellas versaban sobre osteopatía, homeopatía, quiropráctica… En el informe, Flexner decía: “Todas ellas están llenas de charlatanes, cuyos anuncios están llenos de exageraciones, pretenciosas y llenos de mercenarios no cualificados. Los fiscales y el gran jurado son las agencias ideales para lidiar con ellos”. La causa profunda de esa discriminación que pondría fuera del mercado a la llamada medicina natural es que entiende al ser humano como un todo, dirigido por un ser o alma, con libre albedrío, justo lo contrario de sus intereses: entender a un individuo que funciona a base de estímulo-respuesta y, por tanto, fácilmente manipulable, mediante información, drogas, condicionamiento mental, etc.
En ese preciso año se pusieron las bases de la moderna medicina, al decidir que las escuelas médicas deberían responder a unos estándares, que incluyeran laboratorios de química y patología y que deberían pasar unos exámenes estatales para practicar la medicina. Todas ellas deberían estar convenientemente acreditadas para aceptar estudiantes y recibir fondos. Fue Rockefeller, magnate de la industria petroquímica, quien decidió qué tipo de medicina se podría llevar a cabo a partir de ese momento.
Por supuesto, el sello lo pondrían los acólitos de las Fundaciones Rockefeller y Carnegie, pues ellos tenían el dinero. Entonces se creó el monopolio actual de la medicina basada en la química.
INSTITUTO TAVISTOCK Y CONTROL MENTAL
Oficialmente, la mítica clínica Tavistock de Londres se crea en 1920 para proporcionar asistencia médica a las personas sin recursos pero ya en los años 30, le llegan fondos de Rockefeller. Antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial estará dirigida por el doctor John Rees, que quería estar en la vanguardia de la investigación psiquiátrica de guerra, organizando el primer congreso de especialistas de salud mental de Europa, Canadá y Estados Unidos. Su objetivo era expandir su campo de acción desde lo puramente patológico a la medicina preventiva y los programas sociales, sobre todo en lo que afecta a niños, muy en la línea de lo expuesto anteriormente en Alemania. Como no tenían cura para ninguna enfermedad -su únicos éxitos habían sido destruir las células cerebrales mediante las descargas eléctricas- decidieron que la prevención les daría la posibilidad de llegar a todo tipo de público. La conferencia de 1929 articuló los planes para las medidas preventivas.
La educación sexual será promovida desde entonces, bajo estas premisas: “el principal problema que tenemos es traducir el conocimiento sexual actual a cómo afecta en el desarrollo de la vida sexual del individuo, y convertirlo en enseñanza popular”. El zoólogo Alfred Kinsey fue uno de los que recibió fondos de la Fundación Rockefeller para lograr equiparar la conducta sexual humana con la animal, siguiendo las teorías freudianas de que todos los problemas psíquicos están relacionados con la represión sexual. Influido por Wundt y los conductistas, Kinsey aplicó los métodos de la etología (psicología animal) para encontrar las bases de los impulsos sexuales, pero llegó más lejos al inventarse la existencia de un tanto por ciento fijo de homosexuales, seleccionando una muestra distorsionada de encuestados en la que primaban los presos por delitos sexuales. De ahí nacería la mítica cifra del 10% de homosexuales que, si recordamos, es el mismo porcentaje que los propuestos como “psicópatas” (parece que en la élite tienen una obsesión por el diezmo, seguramente por causas religiosas).
PSICOPOLÍTICA
Gracias al papel del Instituto Tavistock en la Segunda Guerra Mundial, la psiquiatría tendrá mucha influencia en el campo militar. El responsable de ello fue Bill Donovan, jefe de las OSS, servicio de contrainteligencia durante la Segunda Guerra Mundial, y preludio de la CIA. Donovan estudió técnicas de guerra psicológica en el Tavistock, al igual que Adolf Hitler, un oscuro cabo en la Primera Guerra Mundial que recibió entrenamiento en oratoria y liderazgo en ese instituto. Asímismo, Donovan colaboró en la experimentación con drogas e hipnosis con Overholser, jefe de psiquiatría del ejército yanqui. Esa colaboración cristalizaría en el infame programa de control mental MK Ultra, nuevamente dirigido por psiquiatras y biofísicos alemanes, emigrados a Estados Unidos después de la segunda guerra mundial Los hermanos Dulles, que participarían en la creación de la CIA, también colaboraron con los nazis en estos proyectos a través del complejo químico germano I.G. Farben.
Los clubes Cosmo y Century agruparon a muchos de los más renombrados psiquiatras de mediados del siglo XX y ayudaron a los psiquiatras alemanes a escapar de los juicios de Nuremberg a través de la mencionada Operación Paperclip, mediante la cual importaron centenares de talentos nazis a Estados Unidos. Las técnicas de tortura empleadas desde la Segunda Guerra Mundial, como las que hemos conocido a través de la prisión de Guantánamo (privación sensorial) o las vejaciones de la cárcel iraquí de Abu Ghraib son obra de estos psiquiatras que han estudiado durante décadas cómo doblegar la voluntad de un individuo hasta que se convierta en un robot, capaz de hacer cualquier cosa, incluso, convertirse en terrorista, asesino en serie o suicida. La instrucción militar es, sin ir más lejos, una tortura que tiene por objetivo fabricar un ser humano carente de emociones que responda las órdenes de matar sin que la conciencia obstaculice sus actos. Justo lo que los psicólogos conductistas y psiquiatras idearon hace décadas: estímulo-respuesta condicionada.
La relación de los psiquiatras con los políticos ha sido constante desde que Hitler fuera formado en el Instituto Tavistock de Inglaterra. El presidente norteamericano Franklin Delano Roosvelt sufría de fatiga y falta de apetito, y su psiquiatra, Francis Braceland, le trató durante años. John F. Kennedy estuvo en las manos del suyo, Max Jacobson, que también trató a otras estrellas mediáticas como Elisabeth Taylor, Andy Warhol, Anthony Quinn, Truman Capote, Tennessesse Williams o Robert Kennedy. Según el investigador Ronald Siegel, Jacbson siempre tenía una jeringuilla de metanfentamina preparada para Kennedy, lo que podría explicar la adicción al sexo que padecía el conocido político. Parecida relación con su médico particular tenía Richard Nixon, un doctor llamado Arnold Hutschneker especializado en psicoterapia. En un artículo de 1952 del Washington Post se reseñaba que el citado médico siempre tenía preparadas sus pastillas para él. Al parecer, su poder como consejero era tal que el propio Nixon le rendía visita bastante a menudo. En 1970 Hutschneker escribiría un memorandum dirigido a la Casa Blanca en el que abogaba por realizar tests psicológicos masivos para niños entre 6 y 8 años, y así prevenir las reacciones de niños violentos o con tendencias homicidas. Nixon reenvió este informe a su departamento de salud y educación, que lo desestimó, pero el psiquiatra insistió que llevaba la aprobación del presidente de la nación. El proyecto era calcado a los planes nazis de la unidad de detección de “precriminales”, un concepto lanzado al mundo en la película de Steven Spielberg “Minority Report” y del cual se ha comenzado a hablar actualmente en Inglaterra pero cuyo origen viene, como hemos visto, de muy atrás. A pesar de su fracaso, en 1971 Hutschneker dirigió otro proyecto educativo que tenía como pautas “estimular el juego en los niños, libres de criticismos y sin juicios, para que puedan actuar de acuerdo a sus impulsos, sentimientos, pensamientos, miedos y cabreos bajo la idea básica de que ellos mismos, y no sus profesores, serán sus propios terapeutas”. En el fondo, su idea era reemplazar el concepto de ‘bueno’ y ‘malo’ en la educación por el de la “adaptación al medio” preconizado por los psicoterapeutas. Estos juegos aparentemente inocentes no eran más que pruebas para catalogar a los niños y saber cómo reeducarlos. El plan de Huschneker no se llevó a cabo debido al Watergate, que sacó del poder a su mentor, Richard Nixon, y provocó una gran desestabilización de su personalidad.
La persona que escribía los discursos de Nixon, Benjamin Stein, recuerda haber visto al citado médico con jeringuillas y tranquilizantes en la habitación de al lado del Presidente, y confesarle que eran para el presidente. En su libro “Los días finales”, Woodward y Bernstein, los periodistas que destaparon el caso Watergate, recuerdan que el Presidente caminaba por los pasillos de la Casa Blanca todas las noches, hablando con los cuadros de los presidentes que se encontraba. Fue Hutschnecker quien introdujo en su libro “Esperanza” el concepto de “psicopolítica”, que sería la manera de promocionar la psicoterapia en el específico campo de los líderes políticos y es la base para los que piensan que los psiquiatras han reemplazado a los sacerdotes de antaño como “asesores espirituales” de los políticos por medio de las pastillas que les recetan.
Como ejemplo, el ex presidente George Bush Padre era adicto al Halción en 1992, una droga que produce paranoia, alucinaciones e hiperexcitabilidad, lo que explicaría sus continuos fallos en el lenguaje. Su hijo del mismo nombre también perdió los papeles en comparencias públicas en varias ocasiones durante su mandato y bien podría deberse al exceso de medicamentos para la psique. Sin duda, las euforias de los políticos durante los mítines de las campañas electorales se deben a las drogas que consumen y que viene avalada por la propia literatura científica psicopolítica. Un libro de 1989 titulado “La llave del genio: depresión maníaca y vida creativa”, teorizaba que un cierto nivel de manía es un requerimiento esencial para los maratones políticos.
En 1955 el Instituto Norteamericano para la Salud Mental propone que los psiquiatras lleguen a las escuelas. En 1963, Kennedy firmó la Ley de los centros de salud mental que obligaba a los profesores a formarse en higiene mental, para “detectar los problemas emocionales de los niños y ayudar a los padres a superar sus miedos de buscar ayuda para sus niños”. Diez años después, el psiquiatra Chester M. Pierce realiza esta diáfana alocución en un congreso sobre educación infantil. “Todos los niños norteamericanos que comienzan su escolarización a los cinco años están enfermos de la mente porque llegan a la escuela con lazos con sus padres, gobernantes, los padres de la patria, la creencia en un Creador… Es vuestra labor convertir estos niños enfermos en niños del futuro”. Nos encontramos de lleno, con la usurpación por parte del Estado del papel de educador de los niños.
Para los psicoterapeutas, la fase del desarrollo de la personalidad tiene que ver con las pautas de comportamiento que no se ajustan a las normas de la sociedad, del entorno. En la Conferencia sobre higiene mental organizada por el Instituto Tavistock en 1929 se proponía formalmente que “los tribunales de menores dejarán de ser juzgados de asuntos criminales y se convertirán en laboratorios de diagnosis y prevención del crimen”. A partir de ahí, los expertos psiquiatras participarán en los juicios como peritos y la gente del Instituto Tavistock guiará los departamentos de infancia de las clínicas psiquiátricas.
En 1954, el caso Durham cambió la relación de la psiquiatría con la justicia. En su sentencia, el juzgado de apelación del juez David Bazelon en el distrito de Columbia dictaminó el cambio en el criterio tradicional para considerar la “exculpación por locura”. De ahí en adelante ya no sería más una cuestión médica sino que se dejaría a los “expertos” su determinación. Ese era el lógico resultado de décadas favoreciendo la psiquiatrización de la sociedad, creando la psiquiatría forense.
Desde entonces, los violadores y psicópatas dejados en libertad por los psiquiatras han ido continuamente en aumento en todo el mundo, sobre la base de que no son responsables de sus actos. En lugar de curarlos yendo al origen de su comportamiento, los psiquiatras han creado delincuentes perpetuos, amparados en estos falsos forenses. En España, el 78% de los asesinos por violencia de género estaban en tratamiento psiquiátrico, según la Comisión Ciudadana de Derechos Humanos. Otro ejemplo: la mitad de los 3.000 suicidados al año, también.
El psiquiatra Alfred K. Baur va más lejos al afirmar: “el término locura se usa hoy día como sinónimo de irresponsabilidad criminal. El concepto de responsabilidad tiene sus raíces en la religión, la moralidad y la cultura. Estoy de acuerdo con Roche cuando dice: ‘ninguna psicopatología puede calibrar la responsabilidad moral: la responsabilidad moral no es un fenómeno medible de acuerdo a criterios objetivos sino meramente un símbolo que media la actitud de un grupo sobre una conducta desviada”. Y sigue: “otra gran dificultad en la determinación de la irresponsabilidad criminal reside en el campo de la psiquiatría en sí mismo. Los psiquiatras tienen una tendencia a dar nombres a los conceptos y luego lidiar con ellos como si fueran cosas. Esto es verdad en la mayor parte de las categorías diagnósticas. Términos como psicosis, psiconeurosis y sociópata son esencialmente indefinibles, y si se definen, las definiciones no serán generalmente aceptadas por la simple razón de que no existen”.
Como vemos, la propia locura de los loqueros ha llegado muy lejos: hasta acabar con los fundamentos mismos del Ser Humano.
LA PSIQUIATRÍA SE INFILTRA EN LA RELIGIÓN
El citado J.R. Rees, fundador del Instituto Tavistock, afirmó en el boletín de los psiquiatras en un artículo “Plan estratégico para la salud mental”: “si vamos a infiltrarnos en las profesiones y actividades sociales de otros sectores, creo que debemos imitar a los totalitarios y organizar algo así como una quintacolumna”. Y continuaba: “hemos atacado un gran número de profesiones. Las dos más fáciles han sido los profesores y la iglesia, los más difíciles, los jueces y los médicos. Dejemos de hablar en términos de higiene mental y hagámoslo como “salud mental” y hagámonos quintacolumnistas”. Dado que la religión era la guardiana del alma del ser humano, para conseguir un humano que funcionara en base a estímulo-respuesta, es decir, fácilmente manipulable, parece comprensible que intentaran dinamitarla por dentro.
Y para dinamitar la espiritualidad y asimilarla a la locura, lo primero, fue cargarse a Jesucristo. Según el psiquiatra William Hirsch, “Cristo tenía todos los rasgos de un perfecto paranoico”. Después, se encomendaron a sabotear la idea del bien y del mal.
El psiquiatra del Instituto Tavistock Brock Chisholm propuso abandonar el concepto de bien y mal, y sustituirlo por el de “capacidad natural para disfrutar de la satisfacción de urgencias naturales”, es decir, que no piense y se deje llevar por sus impulsos más básicos (violencia, sexo, poder), de ahí los juegos que hemos visto con los niños. Liberados de ataduras morales, los psiquiatras se vieron como las personas que gobernarían el futuro de la especie humana. Estas declaraciones de Chisholm así lo delatan: “la psiquiatría debe ahora decidir el futuro inmediato de la especie humana. Ningún otro puede. Esta es la primera responsabilidad de la psiquiatría”.
Desde la base de la inexistencia del alma y que todo se soluciona con una respuesta condicionada por un estímulo, sin bases morales, su siguiente presa fue la religión.
La psiquiatría se infiltró en las iglesias a través de organizaciones como la Sociedad para la psicología pastoral y médica, en la que los conceptos arriba descritos se fueron introduciendo en la religión. En 1947, el Grupo para el progreso de la psiquiatría convenció a la audiencia religiosa reunida en un seminario de que los objetivos de la psiquiatría y los de la religión eran los mismos. La clave, como siempre, está en dar más importancia a la sociedad sobre el individuo: “Los métodos de la psiquiatría ayudan a los pacientes a conseguir salud en sus vidas emocionales para que puedan vivir en armonía con la sociedad y con sus estándars”. Y continúa: “desde hace siglos, la religión y la medicina han estado relacionadas. La psiquiatría como una rama de la medicina ha estado tan relacionada con la religión que a veces han resultado inseparables. Mientras ha ido progresando, han asumido diferentes roles, pero continúan compartiendo su deseo de mejorar al ser humano”.
Desde los años 50 la psiquiatría ha ido usurpando roles de la religión. Así, en 1954 se creó la academia de la religión y la salud mental, que incluía a curas de diferentes religiones y a psiquiatras y psicólogos. William Colson, uno de los psicólogos que se infiltraron en la religión, reconoció en 1993 que sus acciones adoctrinadoras provocaron el cierre de numerosos conventos de monjas y monasterios franciscanos: “provocamos una epidemia de perversiones sexuales entre el clero y los terapeutas”.
El objetivo final, como comentábamos al principio, era destruir el alma, e igualar al hombre con el animal. El psicólogo Paul Pruyser, director del departamento de la Fundación Menninger lo resume con estas palabras: “la palabra ‘alma’ ha perdido su significado. Los hombres y los animales se pueden ya ver como una continuidad, más que como dos categorías de seres distintas. La fe, el amor y la esperanza yo no se verán más como virtudes sino como procesos empíricos en carne y sangre”.
Recuadro. Aldous Huxley y las profecías de su libro “El Mundo Feliz”
Muchos se preguntan cómo se posible que Aldous Huxley anticipara en 1933 tantas tendencias y tecnologías que hoy marcan el ritmo de nuestras vidas.
Quizás, aclarará saber que su hermanastro Andrew fue un biofísico premio Nobel de Medicina y que su hermano Julian, fundador de la UNESCO, fue un destacado eugenista. Todos ellos eran nietos de uno de los mejores discípulos de Darwin, Thomas Huxley, por lo que pertenecían a la estirpe de biólogos que dieron comienzo a su era moderna. Hace ya tantos años, sabían del poder de la genética pues ahora se ha conocido que la reina Isabel II fue concebida in vitro. La profética obra de Huxley, Un Mundo Feliz, en la que se describe un mundo futurista frío en el que los niños son obligatoriamente concebidos in vitro y sólo a unos pocos “individuos alfa” se les permite relacionarse sexualmente es, sin lugar a dudas, un documento que se anticipó al futuro de un hombre que “sabía”.
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