Sigue un artículo (que esta
mañana lo comentaban en una emisora de radio) y que nos ha enviado el autor de
la excelente novela TRIA PRIMA (P. Aguirredo) Lo queremos compartir
inmediatamente con todos. Los autores son tres catedráticos de economía que
ejercen sus enseñanzas en universidades extranjeras. Son:
Jesús
Fernández-Villaverde que es catedrático de Economía, University of
Pennsylvania; Luis Garicano que es catedrático de Economía y Estrategia,
London School of Economics; Tano Santos que es catedrático de Economía y
Finanzas de la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia.
Lo que a nosotros nos parece es que, siendo correcto el análisis
que hacen, centrado en España-Europa; Europa-España, deja de serlo si olvidan,
(comentarlo al menos, aunque sea sucintamente) que lo que ocurre entre España y
Europa son escaramuzas de una estrategia mucho más potente que afecta a toda
Europa y al Planeta. Y sin olvidar que parte de los mandatarios políticos, (de
Guindos, Monti, Draghi, Papademos, … y sus equipos), eran altos dirigentes para
Europa de Goldman Sachs y Lehman Brothers, dos de las 4 ó 5 empresas más
activas al crear esta Crisis Ficticia. Para que el análisis fuera aún más
completo, habría que encuadrarlo, por lo menos, con otro escenario de la
estrategia global, el comienzo que parece inminente, de una nueva guerra que
comenzaría en Oriente Medio y se extendería.
Es la estrategia, que habiendo empezado en 2007, es lo creado por
quienes conocemos como los del NOM (Nuevo Orden Mundial),
con el fín de seguir dominando el Planeta. A sacar conclusiones.
LA CUARTA PÁGINA
No queremos volver a la España de los 50
Necesitamos
cambiar radicalmente nuestra estrategia de negociación con la UE, abandonar el
populismo y no acusar a Bruselas de las reformas que hay que hacer con apoyo de
los partidos mayoritarios
España camina a trompicones, pero
inexorablemente, por un sendero que conduce a perder los avances conseguidos
por dos generaciones de españoles. En un país donde las familias, las empresas,
los bancos y el sector público están excesivamente endeudados, la falta de
crédito supone un parón que, si bien gracias al BCE no es por ahora repentino,
sí que es dramáticamente real. Los mercados están cerrados a cal y canto y la
única financiación que entra viene del BCE, que no solo nos financia la
actividad económica sino que también sustituye una acelerada fuga de capitales
al exterior.
Ante esta situación, cunde el desánimo
y el victimismo entre los españoles incluyendo los editorialistas de la prensa:
nosotros lo hemos hecho todo y no nos hacen caso. La culpa de todo, nos
explican, es de Europa que en el fondo “no nos quiere”. Esto es una falacia.
Tras cuatro años de crisis seguimos con los bancos en situación crítica y
dependientes de la financiación del eurosistema (ningún país se ha beneficiado
tanto de las operaciones de liquidez como España). Ninguna de las reformas
acometidas han alterado sustancialmente un estado insostenible. En vez de ello,
las reformas, particularmente las fiscales, han modificado solo los márgenes y,
a menudo, en la dirección incorrecta. Las continuas sorpresas sobre la
situación fiscal de las administraciones, central y autonómicas, demuestran que
España tiene un problema constitucional que pocos consideran y que otros, como
el presidente del Gobierno, niegan.
Es por ello que nuestra postura en la
negociación con Europa es tan absurda que raya en lo incomprensible: ni el BCE
“no nos ayuda” ni nosotros hemos “hecho nuestros deberes”. Contrariamente a lo
que nos hacen crear, en Europa ha habido siempre una enorme comprensión hacia
España, fruto de la transición y de un liderazgo pasado con visión y capacidad
de sacrificio. Pero este respeto está siendo destruido por nuestra infantil
amenaza de romper la baraja.
Y es que salirnos del euro, por mucho
que resulte tentador, sería, muy probablemente, mucho peor de lo que
imaginamos. Los que escuchan el canto de esta sirena nos dicen que eliminaría a
la vez la deuda privada y pública y mejoraría la competitividad. La realidad es
que, el día después de la salida, la situación sería complicadísima. La nueva
moneda se devaluaría considerablemente, los salarios y pensiones perderían gran
parte de su poder de compra y todos los productos importados subirían de
precio. Al aumentar la carga de la deuda, empresas, bancos y sector público se
enfrentarían a la bancarrota. Las empresas, muy integradas en cadenas de valor
global, suspenderían pagos con sus proveedores y perderían sus relaciones con
sus clientes. Los bancos quebrarían. El pago de bienes importados sería
difícil. Además, para dar credibilidad a la nueva moneda, y evitar una
hiperinflación en un contexto de descenso de los ingresos, el Estado tendría
que proceder a una brutal consolidación fiscal, eliminando de una vez el
déficit primario, lo mismo que de momento rehúsa a hacer.
La esperanza que tienen los que sueñan
con esta quimera es que España rebotaría en dos años. Y sí, tarde o temprano,
lo haría. Pero esa España sería la España de los 50, con ingresos bajos,
derivados del turismo, con baja productividad, bajos costes y con un control
brutal ejercido por los caciques locales, que controlarían los monopolios de la
nueva economía cerrada. Del control de cambios y de exportaciones, aparecería,
como en Argentina, una nueva clase privilegiada, estrechamente ligada al poder,
nacida del chanchullo, la chapuza y el compadreo. Nosotros no nos reconocemos
en esa España, que hemos pasado varias generaciones enterrando. Y como
nosotros, muchos otros. Sin ir más lejos, Cataluña y el País Vasco verían su
independencia como más atractiva que nunca.
Lo triste es que a muchos de nuestros
políticos este escenario no les asusta: una economía cerrada es una economía en
la que pueden hacer y deshacer a su antojo, usando las palancas de la peseta
para dar dádivas a sus amigos a discreción. Es a los españoles, por el
contrario, a los que les conviene mantener el euro, que es la única forma de
preservar el mínimo control de los desmanes de nuestros dirigentes.
Nos dirán que no hay alternativa.
Mentira: la alternativa es clara. España tiene que hacer su parte, y Europa la
suya.
Para empezar, necesitamos cambiar
radicalmente nuestra estrategia de negociación con Europa. Este es un juego
cooperativo, con ganancias potenciales enormes para todos si encontramos la
solución, no un juego de suma cero. En la construcción europea no hay acuerdo
posible sin confianza mutua, no hay rescate sin alianza. Contrariamente a la
propaganda que escuchamos, Alemania no quiere dominar Europa. El problema es
precisamente el contrario, que Alemania desea que le dejen en paz y asegurarse
que no se impone una solución en la que le toman el pelo y en la que debe hacer
transferencias al resto de Europa hasta el fin de los tiempos.
Segundo, debemos abandonar el
populismo. Olvidémonos de Gibraltar: entran más españoles a vivir en Londres en
un año que la entera población del Peñón. ¿Queremos hablar de esto cuando empresas
cruciales españolas dependen de la voluntad del regulador financiero,
energético o aeroportuario inglés? Igualmente, dejemos de clamar a gritos
nuestra soberanía en peleas abiertas a pecho descubierto con el BCE —que es el
único que provee ahora mismo de financiación a la economía española— y con
nuestros socios. La histeria debe pasar a mejor vida.
Y no acusemos a Bruselas por lo que
nos piden hacer. Las reformas hay que defenderlas en sí, porque es en el
interés de España que el estado sea sostenible. España debe expresar un claro
compromiso con la construcción europea y con soluciones que minimicen en lo
posible las transferencias a largo plazo. España debe decir un claro sí a
Europa, que es lo único que nos protege del peronismo empobrecedor, y que
estamos dispuestos a pagar el precio que esto acarrea.
Para ello, necesitamos
urgentemente un nuevo gobierno, con apoyo de todos los partidos
mayoritarios y de nuestros expresidentes, compuesto por políticos competentes y
técnicos intachables con amplios conocimientos de su cartera. Este gobierno
debe trabajar con tres prioridades. Primero, poner de verdad en marcha las
reformas necesarias reconstruyendo la confianza de inversores extranjeros,
contribuyentes españoles y socios europeos. Segundo, afirmar, sin ambigüedad,
el compromiso absoluto con el euro y la construcción europea. Y, tercero,
plantear a nuestros socios, desde la confianza generada por un gobierno
coherente y serio, una ayuda económica en condiciones para resolver el único
problema que no podemos resolver solos: el agujero creado por la burbuja
inmobiliaria en el sistema financiero, a cambio de un control europeo de los
bancos rescatados y de un sistema regulador común.
La sociedad española debe decidir qué
España quiere. Hay una España posible por la que queremos luchar, una España
moderna, con instituciones fuertes e independientes, con un nivel de vida
elevado, un sistema educativo abierto pero exigente y con un Estado del
bienestar sostenible. Este modelo de España está en su misma esencia ligado a
Europa.
Y esta respuesta debería ser obvia,
pues ya la dio Ortega hace 102 años en un discurso al club de opinión de
Bilbao. Frente a los que acusan a Europa de todos nuestros males, hoy como
ayer, España es el problema, Europa la solución.
Jesús
Fernández-Villaverde
es catedrático de Economía, University of Pennsylvania; Luis Garicano es
catedrático de Economía y Estrategia, London School of Economics; Tano
Santos es catedrático de Economía y Finanzas de la Escuela de Negocios de
la Universidad de Columbia.
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