LA AMENAZA (2)
En plena onda expansiva de un movimiendo que tiene, o
eso parece, su epicentro en España, no conviene olvidar que hay una agenda (en
última instancia, alienígena, por supuesto) que, o bien es madre del movimiento,
o bien es madrastra que pretenderá fagocitarlo. En cualquier caso, la prudencia
sugiere mantener una cierta distancia, y dejar reposar por algún tiempo, hasta
que veamos si lo que está gestándose en el seno de la sociedad está ungido por
el sol, o envenenado con decepción y engaño. ... Entretanto, si nos atenemos a las
conclusiones obtenidas por quienes han dedicado su esfuerzo en pos de saber qué
se hallaba tras el fenómeno ovni-alienígenas-abducciones, una amenaza se cierne
sobre nuestro mundo. Puede que esa amenaza alienígena haya sido la autora
intelectual de la avaricia cincelada en la frente de las bestias que crearon
este maldito sistema económico. Las bestias que, rozando fechas claves para la
evolución de la humanidad, desplomaron el sistema y pusieron la estabilidad del
despreocupado hombre occidental al borde del colapso que trajo este
movimiento... Puede que esa sea la estrategia perfecta, más que una simple
cortina de humo, para pre-ocupar a todo Noé, de modo que no finalice la
construcción de su arca. Pero el diluvio ya llega, y Noé no ha de olvidar que
únicamente lo que se contiene en el arca tiene Vida....
Amigo lector, La Amenaza,
revelando la agenda secreta de los alienígenas, (1998), capítulo
segundo: Sé que lo que voy a decir es una locura, pero…Son los
propios abducidos quienes han respondido sobre las intenciones de los
alienígenas, a pesar de que no es sencillo para ellos hablar sobre sus
experiencias. Han aprendido a mantenerse en silencio. En la niñez, por poner un
ejemplo, una abducida quizás le ha contado a su madre y a su padre sobre esas
personitas que aparecen en su dormitorio, atravesando las ventanas cerradas,
para llevársela. Probablemente, sus padres la tranquilizaron diciéndole que su
relato es un simple sueño, mientras que la insistencia de la niña –¡fue real, yo
estaba despierta!- no es lo más conveniente para ella. Finalmente, el abducido
decide parar de contar lo que vive a sus padres.
En la escuela, es posible que nuestra niña confíe en alguna amiga, a la que pueda revelarle que en su dormitorio se le aparecen fantasmas, quizás aliens. Puede que esta amiga le guarde el secreto por un breve tiempo, pero no tardará en saberse por el resto de los niños, quienes se burlarán de ella sin piedad alguna. Y con ello, el abducido aprender a no contarle su secreto a nadie más.
Llegada la vida adulta, nuestra amiga, probablemente, ya guarda secretamente lo que ha experimentado. Si, acaso, se lo contase a alguien, siempre será dentro de un contexto que no la exponga demasiado al ridículo, sino que hablará en términos graciosos que le permitan restar seriedad al asunto; eso sí, siempre esperando que alguien le confiese que también ha tenido esa misma experiencia.
Cuando la abducida contraiga matrimonio no confesará nada a su marido, y el secreto seguirá adelante, pues no desea que él crea que está loca. Ella sabe que su historia es difícil de aceptar, y que podría no contar con su apoyo. De este modo, la mayoría de los abducidos aprenden, durante el curso de sus vidas, que la mejor manera de permanecer protegidos de la burla, el modo de no promover la victimización, reside en no contar lo vivido a nadie. Así, ellos viven sus vidas escondiendo sus secretos y ocultando sus miedos.
Tal es así, que ponerse en contacto con un investigador de abducciones como yo, es un acto de valentía. Son personas que sospechan que algo extraño e inusual está aconteciendo en sus vidas, que encabezan las cartas que me envían con estas desgarradoras frases: ‘Sé que parece una locura, pero…’ O aquellas otras: ‘Sé que se reirá cuando lea esto’ o ‘He escrito esta carta cientos de veces, en mi mente’. Desesperadamente quieren que alguien les crea, aunque son conscientes de que lo que están narrando es, inherentemente, una historia difícil de creer, por lo que están dispuestos a exponerse a más ridículos. La mayoría de los abducidos viene a mí con una cuestión básica, ‘¿qué me está sucediendo?’. Otros tienen en su haber un incidente desencadenante que les ha impulsado a ponerse en contacto conmigo: ‘Verá, en 1979, mi novio y yo vimos cómo un ovni se nos acercaba y bajaba en picado hacia nosotros. Todo lo que recuerdo es que yo estaba corriendo y, después, ya estábamos los dos dentro de nuestro coche, pero habían transcurrido seis horas. He pensado sobre este incidente todos y cada uno de los días de mi vida desde entonces’.
Durante las posteriores sesiones hipnóticas que les realicé, los abducidos recuerdan extraños sucesos que pueden llegar a ser profundamente inquietantes y aterradores. Cuando les pregunté si estaban dispuestos a someterse a hipnosis y revivir sus experiencias, sus respuestas fueron variadas.
Mientras la mayor parte de ellos estaban dispuestos y algunos vacilantes, sólo unos pocos dijeron que no, que preferían no saber qué había ocurrido durante sus experiencias. Todos ellos se dieron cuenta de que habían cambiado un problema por otro: ya tenían respuestas a las preguntas sobre sus experiencias, pero ahora que sabían lo que había ocurrido, estaban asustados. La mayor parte del conocimiento que salía al consciente sobre su difícil situación, los transformó psicológicamente. Ahora se sentían más integrados, menos confusos sobre sus circunstancias, y emocionalmente más fuertes. No obstante, ellos también se sentían asustados e impotentes a la hora de encarar las repentinas intrusiones físicas de los alienígenas en sus vidas.
Traté a los abducidos individualmente, buscando toda nueva y, quizás, reveladora información sobre el fenómeno, aunque casi toda ella servía como confirmación de las otras. Por ejemplo, en más de 700 casos de abducciones investigadas mediante el uso de la hipnosis, ha emergido la información sobre extracción de óvulos casi 150 veces, revisión física unas 400, inducción mediante la mirada penetrante sobre unas 375, y contacto con bebés y niños pequeños, en 180 ocasiones. Algunas experiencias las he escuchado sólo ocasionalmente; si escucho una experiencia sólo en una ocasión, sin coincidencia con otros testimonios, no puedo estar seguro de la veracidad o rigor de la persona que me lo cuenta, por lo que pongo su relato en stand-by, pendiente de que surja un testimonio coincidente.
Prácticamente, todo lo que describiré en posteriores capítulos ha sido confirmado en múltiples ocasiones. He entrevistado abducidos procedentes de todo el continente americano, Europa, Asia y África; y he trabajado con más de treinta testimonios escritos que han surgidos de las sesiones hipnóticas que realicé a 110 de esos abducidos. Se trata de individuos de variadas características culturales, étnicas, raciales, educativas, económicas, políticas, etc. Unas breves descripciones de los casos de algunas de esas personas nos indican la amplia dimensión del fenómeno de las abducciones…
Allison Reed tenía 28 años cuando se puso en contacto conmigo en junio de 1993. Ella y su marido tenían un exitoso negocio que desarrollaban desde su hogar. Allison me buscó mientras mi familia y yo pasábamos unas vacaciones en la isla de Long Beach (New Jersey). Ella estaba preocupada acerca de algunas extrañas cosas que le habían estado ocurriendo a lo largo de toda su vida, las cuales había aprendido a sobrellevar en silencio. Pero, ahora, su hijo de ocho años y su hija de cinco le habían estado contando sobre extraños y aterradores que habían vivido. La alarma fue aumentando a medida que Allison escuchaba las experiencias de sus hijos, las cuales eran confirmadas por la aparición de marcas físicas en sus cuerpos.
Cuando sus hijos, de modo independiente, hicieron dibujos sobre lo que estaban experimentando, Allison se dispuso a actuar. En principio, contactó con aficionados al tema ovni, que la convencieron de que el gobierno ocultaba el impacto de una nave en la Costa Este. Finalmente, me encontró a mí.
No realizo sesiones regresivas con niños, pues aún desconocemos los efectos que podrían tener sobre su desarrollo psicológico el conocimiento de una experiencia de abducción. Sin embargo, accedí a conocer lo que Allison deseaba contarme de sus experiencias. Cuando descubrió que, al igual que sus hijos, era víctima de abducciones, Allison se mostró extremadamente decidida a profundizar sobre el asunto, con la intención de poner punto y final a aquello que amenazaba a su familia y a ella misma. He de decir que los informes que obtuve de las sesiones hipnóticas que le practiqué, fueron tan exactos como ninguno otro que yo haya escuchado. Así, descubrimos abducciones que iban desde lo neutral a lo traumático, llegando a ser, incluso, dañino. No fue hasta que transcurrieron dieciséis sesiones hipnóticas que ella me habló sobre un suceso –de cinco días de duración- que vivió junto a su esposo y uno de sus bebés (de sólo diez meses) en 1986. Desde esa décimo sexta sesión examinamos meticulosamente cada detalle de lo ocurrido durante las siguientes ocho sesiones.
Allison acabó resignada a verse involucrada dentro del fenómeno de las abducciones. Había tratado de prevenirlas mediante el uso de una video cámara, la cual colocaba para que la enfocase durante toda la noche, pero apenas tuvo unos pocos resultados positivos. Ella, como todos los abducidos, ha tratado de acostumbrarse psicológicamente al fenómeno, a fin de poder seguir adelante con su vida sin estar pensando constantemente sobre lo que le ocurre a ella y su familia.
La primera vez que vi a Christine Kennedy fue en 1992. Era una mujer de 29 años con tres hijos, que había tenido, a lo largo de su vida, una serie de inusuales experiencias, ‘sueños’, y sucesos. En su juventud acostumbró a beber alcohol para apartar de su mente las noches de terror que vivía. No obstante, años antes de conocernos ya estaba rehabilitándose y sobria, y aún seguía acudiendo a las reuniones de rehabilitación cuando la conocí. A menudo despertaba con contusiones en su cuerpo. Cuando sólo tenía seis años de edad, despertó y fue inducida a conocer lo que era el coito. Ha visto ovnis; ha visto entidades en su dormitorio. Estando embarazada de su primer hijo, recuerda estar discutiendo con alguien sobre cómo aquel bebé era ‘suyo’ y no de ‘ellos’. Un día, supo de mí mientras leía un artículo en un magazine sobre ciencia y ciencia ficción, y se decidió a buscarme.
Al igual que Allison, Christine se propuso resistirse a sus abductores, jamás se rindió ante lo que le estaba sucediendo, y trató de combatirlo lo mejor que pudo. Finalmente, usó una video cámara y equipamiento magnético en su dormitorio, con el fin de detectar la presencia de alienígenas; también trató, infructuosamente, de impedir que tanto ella como sus hijos fueran abducidos. Odia a esos seres, pero –inútilmente- ha tratado de protegerse de ellos.
Pam Martin ha llevado una vida todavía más inusual. Nació en 1944, y vivió por un tiempo en un orfanato. Creció en New Jersey, donde tuvo una existencia marginal e inconformista por muchos años. Habiendo dejado los estudios en octavo grado, Pam es una autodidacta con talento para la literatura y el arte. Siendo joven trabajó como bailarina en un club, camarera, camionera y, más tarde, como asistenta médica.
Como resultado de sus experiencias con el fenómeno, Pam llegó a creer durante años que ella estaba llevando una vida auspiciada por ángeles de la guarda que la ayudaban a superar las dificultades de la vida. Acabó siendo un devoto miembro de la Nueva Era. Tras una particularmente vívida experiencia de abducción, ella concluyó que los alienígenas eran, en realidad, maravillosos seres pleyadianos que la visitaban. Ciertamente sintió que se le habían otorgado ciertos poderes que la capacitaban para manipular el tiempo y la realidad en su propio beneficio. Por ejemplo, cuando tenía que conducir hasta algún lugar, ella podía llegar mucho antes de lo que, en principio, debía.
He realizado más de treinta sesiones de hipnosis con Pam, y durante ese tiempo ella ha ido dejando atrás la visión romántica que tenía sobre lo que le estaba sucediendo en su vida. Al principio se mostró decepcionada, al advertir que lo que recordaba mediante la hipnosis no eran las agradables experiencias que ella había imaginado. Sin embargo, ahora ha logrado aceptar la realidad de lo que, en verdad, acontecía. Se ha dado cuenta de que no ha habido ángeles guardianes o seres de las Pléyades en sus experiencias, así como que tampoco puede alterar el tiempo y la realidad. Ahora, Pam quiere ser capaz de enfrentar a esos seres sin temor alguno, y forzarlos a responder cuestiones sobre sus actividades. Su esposo ha sido un apoyo para ella, y siente que también él ha sido víctima de abducciones, aunque él no tiene interés por conocer sobre esa posibilidad.
Claudia Negron nació en Puerto Rico en 1941, trasladándose a EEUU cuando tenía seis años de edad. A mediados de los años setenta era una divorciada madre de dos niños, y entró a la universidad con 32 años. Desde que se graduó trabaja como secretaria, y siendo seducida por el fenómeno ovni, se unió al grupo local que estudiaba el fenómeno. Con una experiencia de vida repleta de abducciones, Claudia está sensibilizada acerca del fenómeno; cuando los detalles de sus abducciones comenzaron a aflorar en las sesiones hipnóticas, ella quiso aprender todo lo posible al respecto. A pesar de todo, Claudia tiene sentimientos encontrados, de modo que, si bien siente una intensa curiosidad sobre el fenómeno, también se frena.
Susan Steiner nació en Nueva York, en 1950. Graduada universitaria, comenzó su carrera como técnico fotográfico en un estudio de Nueva York. Se casó en 1987 y, desde entonces, trabaja en su propio negocio, un consultorio de marketing. En principio, Susan era extremadamente escéptica acerca de lo que le estaba ocurriendo. Como muchos otros abducidos, ella había dado otras explicaciones a las experiencias que se producían a lo largo de su vida. Hasta que tuvo su punto de inflexión en 1985, que es cuando se decide a buscarme.
Lo que ocurrió fue que ella y un amigo estaban de viaje de acampada cuando tuvieron un avistamiento cercano de un ovni, seguido de un periodo de miedo y confusión para, finalmente, vivir un episodio de tiempo perdido de varias horas. Susan pensó continuamente sobre lo ocurrido durante años, antes de someterse a mi sesión de hipnosis. Ha pensando que, de ser abducida, su marido no la apoyaría.
Terry Mathews me escribió sobre su inusual experiencia en octubre de 1994. Nació en una pequeña ciudad de Pennsylvannia, y creció en una familia de clase media alta cuyo cabeza de familia era un padre agresivo.
Terry asumió que los sueños extraños y otras experiencias que se daban en su vida estaban, de alguna manera, relacionados con los actos de su padre. Esto fue aparentemente confirmado por un terapeuta, quien –durante hipnosis- descubrió memoria reprimida, tanto de carácter emocional como sexual. Terry se convenció de que había sido sexualmente abusada y fue, por años, a terapia por ello. Siempre con sentimiento de culpa a sus espaldas, rompió furiosamente con un terapeuta que le comenzó a hablar de vidas pasadas. Incluso aunque Terry es una persona muy religiosa, para ella era difícil de asociar sus extrañas experiencias -que parecían no tener origen en su padre- con entidades religiosas. Ella encontró una salida para su confusión interna en la escritura creativa, y cuando la conocí estaba buscando un editor para publicar sus novelas.
Como hija de un pastor protestante, Michelle Peters pensaba que algunas de sus experiencias eran de naturaleza religiosa. Como en el caso de Terry, Michelle sobrelleva sus memorias escribiendo sobre ellas, y es la autora de una novela que no se ha publicado. Poseedora de un encantador sentido del humor que le permite reírse de sí misma, Michelle nunca se sintió victimizadas por el fenómeno de las abducciones. Como le ocurre a Pam Martin, ella tenía la sólida convicción de que había sido visitada por ángeles de la guarda, sucesos que Michelle pensaba habían llegado a su fin cuando, con veinte años, se casó en 1982. Pero cuando cumplió los treinta y dos, despertó en medio de la noche y observó brillantes luces azules que provenían del exterior de su casa. Trató, infructuosamente, de despertar a su esposo, y se dirigió hacia el salón, mirando por la ventana. La luz azulada era demasiado brillante como para advertir detalle alguno. Lo siguiente que supo es que, cuando se levantó a la mañana siguiente, estaba enferma, y que no vestía su camisón y la bata estaba al revés. Este aterrador episodio la impulsó a buscar el origen de sus experiencias.
Reshma Kamal nació en una aldea en India y se mudó con su familia a Minneapolis cuando era una niña. Finalmente se casó con un hombre, también de India, y mantiene orgullosamente su tradicional hogar indio. Cuando en la adolescencia se dio cuenta de que estaban sucediendo cosas extrañas en su vida, se embarcó en la búsqueda de una explicación. Su madre la envió de vuelta a India, pensando que sanadores tradicionales indios podrían librarla de sus experiencias, pero Reshma pensó que la actitud de esos sanadores era irritantemente absurda. El doctor de la aldea y otros amigos de la familia afirmaban que ella se construía esas historias en su mente para llamar la atención, debido a su interés por casarse. Años después, el deseo de Reshma por entender sus experiencias se hizo más fuerte, justamente cuando advirtió que lo que ella vivía también le estaba pasando a sus cinco hijos. Ella conscientemente recordó muchos detalles y, a través de los años, los escribió ampliamente en su diario. Su esposo la apoya –y a sus hijos- enormemente, pero, como ocurre con otros abducidos, la familia se siente impotente para ponerle una solución al problema.
Conocí a Kathleen Morrison cuando realizó una prueba de ingreso a mi curso ‘Ovnis y la Sociedad Americana’, en la Universidad de Temple. Ella había regresado a la universidad después una larga ausencia tras recibir el doctorado. Como el contenido del curso se tornó hacia el fenómeno de las abducciones, ella comenzó a sentirse incómoda y dejó de asistir a clase. Me contó que unos años antes asistió a una representación teatral en la que uno de los personajes flotaba en el aire; escena que desencadenó borrosas memorias que le causaron tanto pánico que hubo de salir del recinto e ir al vestíbulo. Allí tuvo que agarrarse a un pasamanos para sentirse segura, mientras hiper-ventilaba a causa del miedo. Finalmente tuvimos 26 sesiones de hipnosis regresiva, durante las cuales ella aprendió que el motivo de aquellas respuestas de miedo estaba en haber empezado a ser consciente de la intrusión alienígena en su vida. A pesar de llevar 20 años casada, Kathleen no le ha contado nada a su marido, temiendo que los aspectos sexuales de las abducciones fuesen un conflicto demasiado difícil de manejar por él.
Jack Therstrom era un estudiante graduado que estudiaba por su doctorado en física en la Universidad Ive League. Vino a mí con la intención de examinar algunos eventos de su vida, varios de los cuales había interpretado dentro de un contexto religioso. También tenía confusos e inquietantes recuerdos de estar en el sótano viendo a ‘un pequeño ser que salía de una radio’, de ‘serpientes’ que lo seguían, y de ser ‘abusado sexualmente’ en el bosque. Sus sesiones hipnóticas eran difíciles, pues Jack apretaba sus dientes, tensaba sus músculos y, literalmente, se sacudía violenta y ansiosamente durante cada sesión. Tras diez sesiones, de repente, él se sintió con gran convencimiento que no debía hablarme más sobre sus experiencias, pues hacerlo significaba alguna clase de violación de acuerdo, o algo similar. Abandonó la hipnosis regresiva, aunque todavía sigue acudiendo a los encuentros de apoyo que organizo.
Tanto Budd Hopkins (véase capítulo 1) como yo hemos trabajado con Kay Summer, una mujer de treinta y un años que vive en el Medio Oeste, la cual ha tenido, tal vez, más sesiones de hipnosis que ningún otro paciente. Kay ha experimentado toda la gama de procedimientos propios de la abducción, y, en su caso, han sido más violentos que en los demás. Aunque, habitualmente, ella ha padecido una serie de heridas físicas en sus abducciones, incluyendo -hasta en dos ocasiones- rotura de huesos, su determinación en encarar la adversidad es extraordinaria. Ella insiste en llevar una vida normal y rechaza caer en la depresión que usualmente siente.
Los padres de Kay reaccionan con hostilidad a la realidad del fenómeno, y no la apoyan; además, no le ha confesado nada de lo experimentado al hombre con el que vive por miedo a que se aleje. Por causa de este conflicto, Kay lleva una existencia emocionalmente aislada, menos cuando habla con Budd Hopkins o conmigo, estando totalmente resignada al destino que le ha tocado.
En sus momentos más bajos me ha confesado que ella desearía que esos entes la matasen, como única salida para liberarse de ellos de una vez y para siempre.
Yo hago todo lo que puedo por levantarle el ánimo y canalizar su depresión hacia áreas de resistencia en sí misma que sean más productivas. En cualquier caso, debo admitir, que la depresión es una frecuente y predecible respuesta al fenómeno de las abducciones.
Todos los abducidos en este estudio están unidos en su deseo de entender lo que les está sucediendo. Ellos comparten el vínculo común de verse inmersos en un fenómeno que, al comienzo no pudieron entender, después no pudieron creer, y ahora no pueden controlar.
Todos ellos están determinados a obtener un dominio intelectual y emocional sobre sus experiencias.
Tal como ellos han narrado sus abducciones, habitualmente han descrito experiencias inofensivas e, incluso, agradables. En cualquier caso, de lejos, el tipo que prevalece es aterrador y traumático. Yo sólo puedo escucharlos y animarlos a que sobrelleven sus experiencias. Mi responsabilidad es ser lo más honesto, y estar lo más informado, posible, pues los aficionados y la especulación engañosa pueden encontrarse en cualquier parte. A los abducidos les ayudo a comprender dos cosas: lo que les ha estado sucediendo, y cómo pueden encarar esas experiencias y seguir adelante con sus vidas. Esto es todo lo que puedo hacer por ellos, pues sé que el único modo de ayudarlos de manera permanente sería poniendo fin a las abducciones, pero eso no está en mi mano.
Durante el proceso en el cual rememoran sus experiencias, muchos abducidos se dan cuenta de su delicada posición: están en la cabecera de la investigación de este monumentalmente importante fenómeno. Ellos son los ‘exploradores’ que vienen de regreso e informan sobre aquello que han visto y experimentado. Como observadores y participantes del fenómeno, ellos tienen el rol más importante de todos, pues ofrecen a los investigadores como yo las piezas del puzzle, de modo que podemos colocarlas. Ellos no son, simplemente, víctimas de abducciones, también son héroes, sin los cuales no obtendríamos ningún entendimiento coherente sobre el sentido real del fenómeno ovni.
Continuará con el capítulo 3:
‘Sombras de la mente’.
En la escuela, es posible que nuestra niña confíe en alguna amiga, a la que pueda revelarle que en su dormitorio se le aparecen fantasmas, quizás aliens. Puede que esta amiga le guarde el secreto por un breve tiempo, pero no tardará en saberse por el resto de los niños, quienes se burlarán de ella sin piedad alguna. Y con ello, el abducido aprender a no contarle su secreto a nadie más.
Llegada la vida adulta, nuestra amiga, probablemente, ya guarda secretamente lo que ha experimentado. Si, acaso, se lo contase a alguien, siempre será dentro de un contexto que no la exponga demasiado al ridículo, sino que hablará en términos graciosos que le permitan restar seriedad al asunto; eso sí, siempre esperando que alguien le confiese que también ha tenido esa misma experiencia.
Cuando la abducida contraiga matrimonio no confesará nada a su marido, y el secreto seguirá adelante, pues no desea que él crea que está loca. Ella sabe que su historia es difícil de aceptar, y que podría no contar con su apoyo. De este modo, la mayoría de los abducidos aprenden, durante el curso de sus vidas, que la mejor manera de permanecer protegidos de la burla, el modo de no promover la victimización, reside en no contar lo vivido a nadie. Así, ellos viven sus vidas escondiendo sus secretos y ocultando sus miedos.
Tal es así, que ponerse en contacto con un investigador de abducciones como yo, es un acto de valentía. Son personas que sospechan que algo extraño e inusual está aconteciendo en sus vidas, que encabezan las cartas que me envían con estas desgarradoras frases: ‘Sé que parece una locura, pero…’ O aquellas otras: ‘Sé que se reirá cuando lea esto’ o ‘He escrito esta carta cientos de veces, en mi mente’. Desesperadamente quieren que alguien les crea, aunque son conscientes de que lo que están narrando es, inherentemente, una historia difícil de creer, por lo que están dispuestos a exponerse a más ridículos. La mayoría de los abducidos viene a mí con una cuestión básica, ‘¿qué me está sucediendo?’. Otros tienen en su haber un incidente desencadenante que les ha impulsado a ponerse en contacto conmigo: ‘Verá, en 1979, mi novio y yo vimos cómo un ovni se nos acercaba y bajaba en picado hacia nosotros. Todo lo que recuerdo es que yo estaba corriendo y, después, ya estábamos los dos dentro de nuestro coche, pero habían transcurrido seis horas. He pensado sobre este incidente todos y cada uno de los días de mi vida desde entonces’.
Durante las posteriores sesiones hipnóticas que les realicé, los abducidos recuerdan extraños sucesos que pueden llegar a ser profundamente inquietantes y aterradores. Cuando les pregunté si estaban dispuestos a someterse a hipnosis y revivir sus experiencias, sus respuestas fueron variadas.
Mientras la mayor parte de ellos estaban dispuestos y algunos vacilantes, sólo unos pocos dijeron que no, que preferían no saber qué había ocurrido durante sus experiencias. Todos ellos se dieron cuenta de que habían cambiado un problema por otro: ya tenían respuestas a las preguntas sobre sus experiencias, pero ahora que sabían lo que había ocurrido, estaban asustados. La mayor parte del conocimiento que salía al consciente sobre su difícil situación, los transformó psicológicamente. Ahora se sentían más integrados, menos confusos sobre sus circunstancias, y emocionalmente más fuertes. No obstante, ellos también se sentían asustados e impotentes a la hora de encarar las repentinas intrusiones físicas de los alienígenas en sus vidas.
Traté a los abducidos individualmente, buscando toda nueva y, quizás, reveladora información sobre el fenómeno, aunque casi toda ella servía como confirmación de las otras. Por ejemplo, en más de 700 casos de abducciones investigadas mediante el uso de la hipnosis, ha emergido la información sobre extracción de óvulos casi 150 veces, revisión física unas 400, inducción mediante la mirada penetrante sobre unas 375, y contacto con bebés y niños pequeños, en 180 ocasiones. Algunas experiencias las he escuchado sólo ocasionalmente; si escucho una experiencia sólo en una ocasión, sin coincidencia con otros testimonios, no puedo estar seguro de la veracidad o rigor de la persona que me lo cuenta, por lo que pongo su relato en stand-by, pendiente de que surja un testimonio coincidente.
Prácticamente, todo lo que describiré en posteriores capítulos ha sido confirmado en múltiples ocasiones. He entrevistado abducidos procedentes de todo el continente americano, Europa, Asia y África; y he trabajado con más de treinta testimonios escritos que han surgidos de las sesiones hipnóticas que realicé a 110 de esos abducidos. Se trata de individuos de variadas características culturales, étnicas, raciales, educativas, económicas, políticas, etc. Unas breves descripciones de los casos de algunas de esas personas nos indican la amplia dimensión del fenómeno de las abducciones…
Allison Reed tenía 28 años cuando se puso en contacto conmigo en junio de 1993. Ella y su marido tenían un exitoso negocio que desarrollaban desde su hogar. Allison me buscó mientras mi familia y yo pasábamos unas vacaciones en la isla de Long Beach (New Jersey). Ella estaba preocupada acerca de algunas extrañas cosas que le habían estado ocurriendo a lo largo de toda su vida, las cuales había aprendido a sobrellevar en silencio. Pero, ahora, su hijo de ocho años y su hija de cinco le habían estado contando sobre extraños y aterradores que habían vivido. La alarma fue aumentando a medida que Allison escuchaba las experiencias de sus hijos, las cuales eran confirmadas por la aparición de marcas físicas en sus cuerpos.
Cuando sus hijos, de modo independiente, hicieron dibujos sobre lo que estaban experimentando, Allison se dispuso a actuar. En principio, contactó con aficionados al tema ovni, que la convencieron de que el gobierno ocultaba el impacto de una nave en la Costa Este. Finalmente, me encontró a mí.
No realizo sesiones regresivas con niños, pues aún desconocemos los efectos que podrían tener sobre su desarrollo psicológico el conocimiento de una experiencia de abducción. Sin embargo, accedí a conocer lo que Allison deseaba contarme de sus experiencias. Cuando descubrió que, al igual que sus hijos, era víctima de abducciones, Allison se mostró extremadamente decidida a profundizar sobre el asunto, con la intención de poner punto y final a aquello que amenazaba a su familia y a ella misma. He de decir que los informes que obtuve de las sesiones hipnóticas que le practiqué, fueron tan exactos como ninguno otro que yo haya escuchado. Así, descubrimos abducciones que iban desde lo neutral a lo traumático, llegando a ser, incluso, dañino. No fue hasta que transcurrieron dieciséis sesiones hipnóticas que ella me habló sobre un suceso –de cinco días de duración- que vivió junto a su esposo y uno de sus bebés (de sólo diez meses) en 1986. Desde esa décimo sexta sesión examinamos meticulosamente cada detalle de lo ocurrido durante las siguientes ocho sesiones.
Allison acabó resignada a verse involucrada dentro del fenómeno de las abducciones. Había tratado de prevenirlas mediante el uso de una video cámara, la cual colocaba para que la enfocase durante toda la noche, pero apenas tuvo unos pocos resultados positivos. Ella, como todos los abducidos, ha tratado de acostumbrarse psicológicamente al fenómeno, a fin de poder seguir adelante con su vida sin estar pensando constantemente sobre lo que le ocurre a ella y su familia.
La primera vez que vi a Christine Kennedy fue en 1992. Era una mujer de 29 años con tres hijos, que había tenido, a lo largo de su vida, una serie de inusuales experiencias, ‘sueños’, y sucesos. En su juventud acostumbró a beber alcohol para apartar de su mente las noches de terror que vivía. No obstante, años antes de conocernos ya estaba rehabilitándose y sobria, y aún seguía acudiendo a las reuniones de rehabilitación cuando la conocí. A menudo despertaba con contusiones en su cuerpo. Cuando sólo tenía seis años de edad, despertó y fue inducida a conocer lo que era el coito. Ha visto ovnis; ha visto entidades en su dormitorio. Estando embarazada de su primer hijo, recuerda estar discutiendo con alguien sobre cómo aquel bebé era ‘suyo’ y no de ‘ellos’. Un día, supo de mí mientras leía un artículo en un magazine sobre ciencia y ciencia ficción, y se decidió a buscarme.
Al igual que Allison, Christine se propuso resistirse a sus abductores, jamás se rindió ante lo que le estaba sucediendo, y trató de combatirlo lo mejor que pudo. Finalmente, usó una video cámara y equipamiento magnético en su dormitorio, con el fin de detectar la presencia de alienígenas; también trató, infructuosamente, de impedir que tanto ella como sus hijos fueran abducidos. Odia a esos seres, pero –inútilmente- ha tratado de protegerse de ellos.
Pam Martin ha llevado una vida todavía más inusual. Nació en 1944, y vivió por un tiempo en un orfanato. Creció en New Jersey, donde tuvo una existencia marginal e inconformista por muchos años. Habiendo dejado los estudios en octavo grado, Pam es una autodidacta con talento para la literatura y el arte. Siendo joven trabajó como bailarina en un club, camarera, camionera y, más tarde, como asistenta médica.
Como resultado de sus experiencias con el fenómeno, Pam llegó a creer durante años que ella estaba llevando una vida auspiciada por ángeles de la guarda que la ayudaban a superar las dificultades de la vida. Acabó siendo un devoto miembro de la Nueva Era. Tras una particularmente vívida experiencia de abducción, ella concluyó que los alienígenas eran, en realidad, maravillosos seres pleyadianos que la visitaban. Ciertamente sintió que se le habían otorgado ciertos poderes que la capacitaban para manipular el tiempo y la realidad en su propio beneficio. Por ejemplo, cuando tenía que conducir hasta algún lugar, ella podía llegar mucho antes de lo que, en principio, debía.
He realizado más de treinta sesiones de hipnosis con Pam, y durante ese tiempo ella ha ido dejando atrás la visión romántica que tenía sobre lo que le estaba sucediendo en su vida. Al principio se mostró decepcionada, al advertir que lo que recordaba mediante la hipnosis no eran las agradables experiencias que ella había imaginado. Sin embargo, ahora ha logrado aceptar la realidad de lo que, en verdad, acontecía. Se ha dado cuenta de que no ha habido ángeles guardianes o seres de las Pléyades en sus experiencias, así como que tampoco puede alterar el tiempo y la realidad. Ahora, Pam quiere ser capaz de enfrentar a esos seres sin temor alguno, y forzarlos a responder cuestiones sobre sus actividades. Su esposo ha sido un apoyo para ella, y siente que también él ha sido víctima de abducciones, aunque él no tiene interés por conocer sobre esa posibilidad.
Claudia Negron nació en Puerto Rico en 1941, trasladándose a EEUU cuando tenía seis años de edad. A mediados de los años setenta era una divorciada madre de dos niños, y entró a la universidad con 32 años. Desde que se graduó trabaja como secretaria, y siendo seducida por el fenómeno ovni, se unió al grupo local que estudiaba el fenómeno. Con una experiencia de vida repleta de abducciones, Claudia está sensibilizada acerca del fenómeno; cuando los detalles de sus abducciones comenzaron a aflorar en las sesiones hipnóticas, ella quiso aprender todo lo posible al respecto. A pesar de todo, Claudia tiene sentimientos encontrados, de modo que, si bien siente una intensa curiosidad sobre el fenómeno, también se frena.
Susan Steiner nació en Nueva York, en 1950. Graduada universitaria, comenzó su carrera como técnico fotográfico en un estudio de Nueva York. Se casó en 1987 y, desde entonces, trabaja en su propio negocio, un consultorio de marketing. En principio, Susan era extremadamente escéptica acerca de lo que le estaba ocurriendo. Como muchos otros abducidos, ella había dado otras explicaciones a las experiencias que se producían a lo largo de su vida. Hasta que tuvo su punto de inflexión en 1985, que es cuando se decide a buscarme.
Lo que ocurrió fue que ella y un amigo estaban de viaje de acampada cuando tuvieron un avistamiento cercano de un ovni, seguido de un periodo de miedo y confusión para, finalmente, vivir un episodio de tiempo perdido de varias horas. Susan pensó continuamente sobre lo ocurrido durante años, antes de someterse a mi sesión de hipnosis. Ha pensando que, de ser abducida, su marido no la apoyaría.
Terry Mathews me escribió sobre su inusual experiencia en octubre de 1994. Nació en una pequeña ciudad de Pennsylvannia, y creció en una familia de clase media alta cuyo cabeza de familia era un padre agresivo.
Terry asumió que los sueños extraños y otras experiencias que se daban en su vida estaban, de alguna manera, relacionados con los actos de su padre. Esto fue aparentemente confirmado por un terapeuta, quien –durante hipnosis- descubrió memoria reprimida, tanto de carácter emocional como sexual. Terry se convenció de que había sido sexualmente abusada y fue, por años, a terapia por ello. Siempre con sentimiento de culpa a sus espaldas, rompió furiosamente con un terapeuta que le comenzó a hablar de vidas pasadas. Incluso aunque Terry es una persona muy religiosa, para ella era difícil de asociar sus extrañas experiencias -que parecían no tener origen en su padre- con entidades religiosas. Ella encontró una salida para su confusión interna en la escritura creativa, y cuando la conocí estaba buscando un editor para publicar sus novelas.
Como hija de un pastor protestante, Michelle Peters pensaba que algunas de sus experiencias eran de naturaleza religiosa. Como en el caso de Terry, Michelle sobrelleva sus memorias escribiendo sobre ellas, y es la autora de una novela que no se ha publicado. Poseedora de un encantador sentido del humor que le permite reírse de sí misma, Michelle nunca se sintió victimizadas por el fenómeno de las abducciones. Como le ocurre a Pam Martin, ella tenía la sólida convicción de que había sido visitada por ángeles de la guarda, sucesos que Michelle pensaba habían llegado a su fin cuando, con veinte años, se casó en 1982. Pero cuando cumplió los treinta y dos, despertó en medio de la noche y observó brillantes luces azules que provenían del exterior de su casa. Trató, infructuosamente, de despertar a su esposo, y se dirigió hacia el salón, mirando por la ventana. La luz azulada era demasiado brillante como para advertir detalle alguno. Lo siguiente que supo es que, cuando se levantó a la mañana siguiente, estaba enferma, y que no vestía su camisón y la bata estaba al revés. Este aterrador episodio la impulsó a buscar el origen de sus experiencias.
Reshma Kamal nació en una aldea en India y se mudó con su familia a Minneapolis cuando era una niña. Finalmente se casó con un hombre, también de India, y mantiene orgullosamente su tradicional hogar indio. Cuando en la adolescencia se dio cuenta de que estaban sucediendo cosas extrañas en su vida, se embarcó en la búsqueda de una explicación. Su madre la envió de vuelta a India, pensando que sanadores tradicionales indios podrían librarla de sus experiencias, pero Reshma pensó que la actitud de esos sanadores era irritantemente absurda. El doctor de la aldea y otros amigos de la familia afirmaban que ella se construía esas historias en su mente para llamar la atención, debido a su interés por casarse. Años después, el deseo de Reshma por entender sus experiencias se hizo más fuerte, justamente cuando advirtió que lo que ella vivía también le estaba pasando a sus cinco hijos. Ella conscientemente recordó muchos detalles y, a través de los años, los escribió ampliamente en su diario. Su esposo la apoya –y a sus hijos- enormemente, pero, como ocurre con otros abducidos, la familia se siente impotente para ponerle una solución al problema.
Conocí a Kathleen Morrison cuando realizó una prueba de ingreso a mi curso ‘Ovnis y la Sociedad Americana’, en la Universidad de Temple. Ella había regresado a la universidad después una larga ausencia tras recibir el doctorado. Como el contenido del curso se tornó hacia el fenómeno de las abducciones, ella comenzó a sentirse incómoda y dejó de asistir a clase. Me contó que unos años antes asistió a una representación teatral en la que uno de los personajes flotaba en el aire; escena que desencadenó borrosas memorias que le causaron tanto pánico que hubo de salir del recinto e ir al vestíbulo. Allí tuvo que agarrarse a un pasamanos para sentirse segura, mientras hiper-ventilaba a causa del miedo. Finalmente tuvimos 26 sesiones de hipnosis regresiva, durante las cuales ella aprendió que el motivo de aquellas respuestas de miedo estaba en haber empezado a ser consciente de la intrusión alienígena en su vida. A pesar de llevar 20 años casada, Kathleen no le ha contado nada a su marido, temiendo que los aspectos sexuales de las abducciones fuesen un conflicto demasiado difícil de manejar por él.
Jack Therstrom era un estudiante graduado que estudiaba por su doctorado en física en la Universidad Ive League. Vino a mí con la intención de examinar algunos eventos de su vida, varios de los cuales había interpretado dentro de un contexto religioso. También tenía confusos e inquietantes recuerdos de estar en el sótano viendo a ‘un pequeño ser que salía de una radio’, de ‘serpientes’ que lo seguían, y de ser ‘abusado sexualmente’ en el bosque. Sus sesiones hipnóticas eran difíciles, pues Jack apretaba sus dientes, tensaba sus músculos y, literalmente, se sacudía violenta y ansiosamente durante cada sesión. Tras diez sesiones, de repente, él se sintió con gran convencimiento que no debía hablarme más sobre sus experiencias, pues hacerlo significaba alguna clase de violación de acuerdo, o algo similar. Abandonó la hipnosis regresiva, aunque todavía sigue acudiendo a los encuentros de apoyo que organizo.
Tanto Budd Hopkins (véase capítulo 1) como yo hemos trabajado con Kay Summer, una mujer de treinta y un años que vive en el Medio Oeste, la cual ha tenido, tal vez, más sesiones de hipnosis que ningún otro paciente. Kay ha experimentado toda la gama de procedimientos propios de la abducción, y, en su caso, han sido más violentos que en los demás. Aunque, habitualmente, ella ha padecido una serie de heridas físicas en sus abducciones, incluyendo -hasta en dos ocasiones- rotura de huesos, su determinación en encarar la adversidad es extraordinaria. Ella insiste en llevar una vida normal y rechaza caer en la depresión que usualmente siente.
Los padres de Kay reaccionan con hostilidad a la realidad del fenómeno, y no la apoyan; además, no le ha confesado nada de lo experimentado al hombre con el que vive por miedo a que se aleje. Por causa de este conflicto, Kay lleva una existencia emocionalmente aislada, menos cuando habla con Budd Hopkins o conmigo, estando totalmente resignada al destino que le ha tocado.
En sus momentos más bajos me ha confesado que ella desearía que esos entes la matasen, como única salida para liberarse de ellos de una vez y para siempre.
Yo hago todo lo que puedo por levantarle el ánimo y canalizar su depresión hacia áreas de resistencia en sí misma que sean más productivas. En cualquier caso, debo admitir, que la depresión es una frecuente y predecible respuesta al fenómeno de las abducciones.
Todos los abducidos en este estudio están unidos en su deseo de entender lo que les está sucediendo. Ellos comparten el vínculo común de verse inmersos en un fenómeno que, al comienzo no pudieron entender, después no pudieron creer, y ahora no pueden controlar.
Todos ellos están determinados a obtener un dominio intelectual y emocional sobre sus experiencias.
Tal como ellos han narrado sus abducciones, habitualmente han descrito experiencias inofensivas e, incluso, agradables. En cualquier caso, de lejos, el tipo que prevalece es aterrador y traumático. Yo sólo puedo escucharlos y animarlos a que sobrelleven sus experiencias. Mi responsabilidad es ser lo más honesto, y estar lo más informado, posible, pues los aficionados y la especulación engañosa pueden encontrarse en cualquier parte. A los abducidos les ayudo a comprender dos cosas: lo que les ha estado sucediendo, y cómo pueden encarar esas experiencias y seguir adelante con sus vidas. Esto es todo lo que puedo hacer por ellos, pues sé que el único modo de ayudarlos de manera permanente sería poniendo fin a las abducciones, pero eso no está en mi mano.
Durante el proceso en el cual rememoran sus experiencias, muchos abducidos se dan cuenta de su delicada posición: están en la cabecera de la investigación de este monumentalmente importante fenómeno. Ellos son los ‘exploradores’ que vienen de regreso e informan sobre aquello que han visto y experimentado. Como observadores y participantes del fenómeno, ellos tienen el rol más importante de todos, pues ofrecen a los investigadores como yo las piezas del puzzle, de modo que podemos colocarlas. Ellos no son, simplemente, víctimas de abducciones, también son héroes, sin los cuales no obtendríamos ningún entendimiento coherente sobre el sentido real del fenómeno ovni.
Continuará con el capítulo 3:
‘Sombras de la mente’.
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